La tecnología es un producto del sujeto humano. La inteligencia artificial lo es de la inteligencia humana. Quizá en un tiempo no estemos tan seguros de la paternidad de la creatividad futura. En la llamada segunda edad de la máquina, la trazabilidad del origen de las cosas quedará difuminada. La propia condición humana quedará cuestionada a tenor de una cada vez más factible fusión de lo físico, lo digital y lo biológico. Todo parece indicar que mutaremos. Esa es la evolución que nos aguarda si las previsiones de numerosos expertos se cumplen. Como en la tragedia de Sófocles, algo recuerda el mito de matar al progenitor. Visto en perspectiva, el ser humano le disputó a Dios la exclusiva de la creación. Se emancipó. No fue un camino sencillo. Todavía no lo es en buena parte del mundo. Las sociedades secularizadas en las que la autonomía humana fluye con normalidad solo son una conquista de la modernidad parcialmente satisfecha.

Todo apunta a que el siguiente paso pueda ser una revolución tecnológica que corre el riesgo de eclosionar carente de principios éticos. O que lo haga más deprisa de lo que las democracias, sus leyes y la conciencia moral de las sociedades humanas sean capaces de interpretar y digerir.

Este es uno de los grandes temas, acaso uno de los más importantes, que no son afrontados como merecen. Volveremos a llegar tarde. El problema es que, esta vez, la impuntualidad podemos pagarla carísima.

En pocos años (qué son un par de décadas o tres en términos históricos) los cerebros, último reducto de la libertad o libre albedrío, serán hackeables. En cierta medida, el Big data y el algoritmo predictivo, ya han propiciado episodios de manipulación intrusiva en la orientación del voto, creación de tendencias, etc. Piratear nuestros recuerdos, conciencia, sentimientos, memoria, etc, no será ciencia ficción. Será más ciencia que ficción.

Pero insistamos en que este tema mayúsculo al que casi nadie presta atención, nos estallará. Vivimos nutriéndolo entre todos sin darnos cuenta. Lo alimentamos mirando hacia otro lado por comodidad, desidia, pereza o por esa cultura pseudodemocrática que consiste en delegar las decisiones y olvidarnos porque alguien ya se ocupará por nosotros. Me temo que en este asunto ese alguien duerme como aquel ilustrado del grabado de Goya. Su sueño engendraba monstruos. Cuesta imaginar los efectos a medio plazo. Del largo plazo mejor ni hablar porque causa vértigo. Pongamos solo un ejemplo del futuro inmediato. Para el 2020 se prevé comercializar más de 60.000 robots con habilidades para las relaciones públicas. Con aquello que llamamos don de gentes. La sustitución laboral avanzará incluso en aquellos dominios que pensamos intocables. La pregunta es si tenemos un plan para los seres humanos. A corto y a medio plazo. En el mientras tanto despertamos, legislamos, reaccionamos… Suscribo la idea de que la tecnología ha resuelto y resolverá muchos problemas, retos y desafíos. Esperemos que sean los nuestros. Los humanos. Necesitamos priorizar, socializar, politizar (en el sentido más noble) este asunto o llegaremos dramáticamente tarde.

*Doctor en Filosofía