Es obvio para todos nosotros que la mayor parte de la creatividad humana se produce en el natural conflicto entre el ámbito individual y el ámbito grupal, que afortunadamente ayuda a la selección natural; conflicto inevitable y necesario, como dice Edward O. Wilson.

En este sentido lo que se quiere indicar es la unidad de la misma base en que se asientan las ciencias y las humanidades y, en particular, al hecho de que las leyes físicas de causa y efecto son capaces de justificar ambas. Cuando la cultura occidental abrazó esta proposición hace 3 o 4 siglos la denominó Ilustración y se resumía en la idea de que los seres humanos podemos conocer por sí solos todo lo que hace falta conocer y que podemos comprender, y a partir de aquí, esa comprensión nos ayuda a gozar de la capacidad de decidir más sabiamente que nunca.

Pero, curiosamente, en cuanto a pensamiento creativo, las fases tempranas del mismo no surgen de la especialización, pues los científicos más competentes, como dice Wilson, son los que piensan como poetas, a veces con sus fantasías, y trabajan como contables. Esto lleva a que los científicos, en realidad, usan escasas palabras de doble o más sentidos, tanto en la introducción como en la discusión subsiguiente de una proposición con datos, y lo hacen para aclarar algún concepto técnico, pero nunca para despertar emociones. Se trata de dar datos demostrables, una lógica estricta que contrasta con lo que sucede en la poesía u otras artes creativas que son, exactamente, lo contrario.

LOS ESTUDIOS humanísticos y estas artes, a veces estremecedoras, por lo inquisitivas, se fijan una y otra vez en los mismos temas, arquetipos y emociones. Pero a los lectores nos da igual pues somos adictos al antropocentrismo y víctimas de una fascinación hacia nosotros mismos sin cura. Novelas, películas, conciertos, obras de teatro, eventos deportivos o cotilleos, que se piensan para que se despierte en nosotros una o todas las emociones posibles del espectro pequeño del que gozamos como homo sapiens.

Y eso es muy distinto de la noción del continuo, o de los exoplanetas de la galaxia que forman un continuo. U otro continuo, la diversidad de la vida en la biosfera terrestre. O el continuo que la ciencia ha cartografiado más relevante para las humanidades: los sentidos.

En el homo sapiens la vista se fija en una porción de energía infinitesimal pues está entre cuatrocientos y setecientos nanómetros del espectro electromagnético; el resto del espectro que completa el universo comprende desde los rayos gamma (un trillón de veces más cortos que el segmento visual humano) hasta las ondas de radio (un trillón de ves más largas). Otros animales cuentas con sus propias porciones de continuo.

Aunque creemos instintivamente que podemos oír casi todos los sonidos (bueno, yo no tanto, ya estoy un poco sordo), en realidad nuestra especia está programada para detectar solamente entre 20.000 y 25.000 Hz, que son ciclos de aire comprimido por segundo. Pero por encima de esa gama los murciélagos lanzan pulsaciones al aire nocturnos y se sirven de los ecos para esquivar obstáculos y cazar insectos en vuelo; por debajo de la gama humana los elefantes murmullan mensajes complejos. En realidad, estamos de paseo por la naturaleza como un sordo por las calles de Barcelona, percibimos poquísimas vibraciones y somos incompetentes para interpretar casi nada.

En cuanto al olfato nuestro, es de los más pobres entre toda la población de organismos vivos de la tierra; menos mal que tenemos perros adiestrados que siguen pistas de personas individuales, detectan leves rastros de explosivos, drogas u otros productos peligrosos.

Cierto es que hemos inventado herramientas, aparatos que nos permiten detectar lo que nuestro cuerpo no detectaría en modo alguno. El empuje científico indica dónde buscar fenómenos previamente inesperados y cómo «percibir la totalidad de la realidad mediante una red mensurable de explicaciones de causa-efecto», en palabras de Wilson. Después de conocer la ubicación de cada fenómeno en los continuos relevantes, que son la variable de cada sistema, hemos descubierto la composición química de la superficie de Marte, podemos predecir condiciones en lo infinitesimal y lo casi infinito gracias a la teoría de la gran unificación, podemos ver cómo fluye la sangre y cómo se iluminan las neuronas y otras células del cerebro cuando piensa conscientemente. Probablemente en breve podremos explicar completamente la materia oscura del universo, el origen de la vida en la Tierra, la base física de la conciencia humana en los cambios de humor u opinión y muchas más cosas, porque lo invisible se ve, y lo extremadamente pequeño se pesa.

ENTONCES, ¿desde dónde entran las humanidades en la visión? En todas partes, pues la ciencia y la tecnología ponen a las claras la condición humana con más precisión, tanto en la Tierra como en la inmensidad del cosmos. Nuestra especie ha sido la ganadora en la lotería genética que nos permitió avanzar a trompicones a través del laberinto evolutivo, y no sabemos por qué, pues los pequeños fragmentos de continuos que conocemos, aunque los festejemos, tienen infinidad de combinaciones y por sí solos no indagan en los orígenes de nuestras características fundamentales: nuestros instintos autoritarios, nuestra inteligencia moderada, nuestra sabiduría peligrosamente limitada e, incluso, el orgullo de nuestra ciencia. Y personajes que no han podido, por su edad, o su falta de formación, o su falta de experiencia, gestionar, gobernar y enfocar su propia vida con éxito, ahora, tras unas elecciones tratan de gobernarnos y hacer lo mejor que pueden para la sociedad, aunque ese no sea el caso de todos.

Concluyo que, en este sentido, solo vamos a tener éxito si copiamos lo que ha tenido éxito para otros, es decir lo que han hecho otros países. ¿Será tan grande el orgullo, el sentido supremacista o la ideología que no les deje hacerlo?

*Doctor en Derecho