Algunos expertos sostienen que solo mediarán unas décadas hasta que la humanidad pueda decretar la muerte de la muerte. Morir tan solo será una opción. La evolución de la tecnología en el marco de la denominada cuarta revolución industrial (una de cuyas características será la fusión de lo material, lo digital y lo biológico) cancelará la era del ser humano dando paso al transhumano. El antiguo anhelo de emular a dioses y vencer la mortalidad quizá cobre sentido de la mano de los avances biotecnológicos en un tiempo en el que todo volverá a cambiar a una velocidad desconocida. Parece ciencia ficción pero de ficción, por lo visto, irá quedando cada vez menos.

Sea como sea, algo debe perdurar más allá de nuestra evolución cibernética. La capacidad de no perder el control y el sentido del futuro. La capacidad de reflexionar y deliberar sobre el porqué de las cosas, de los cambios y de las transformaciones. Sin valores que nos orienten, nos aguarda un porvenir inquietante. Sería terrible que la humanidad volviese a propiciar una escisión entre el saber tecnocientífico y el saber ético. Es el punto de ruptura que siempre cavó abismos y fosas.

La historia del siglo XX da cuenta de diferentes ejemplos acerca de esta trágica disociación. Fernández Buey explicaba que la Alemania nazi, los EEUU de la bomba atómica en Hiroshima o el Gulag soviético coincidieron con las puntas del desarrollo económico, industrial, técnico e incluso con el florecimiento en diversas disciplinas humanísticas. Somos capaces de simultanear lo mejor y lo peor. Una bipolaridad que no puede reeditarse porque las consecuencias en este nuevo ciclo histórico resultarían insoportables.

Pero mientras llega el futuro, ese lugar llamado mundo sigue incubando un ambiente belicoso extraordinariamente alarmante. Solo nos faltaba Trump. Se habla de una nueva Guerra Fría con Rusia, solo que esta vez el Telón de Acero presenta nuevos y más siniestros cortinajes que se extienden por diferentes y complejos escenarios globales. Un ciberataque es hoy más temible que los misiles convencionales. El mundo del siglo XXI es más frágil e inseguro de lo que nos pensamos, mientras la degradación de las constantes vitales del planeta sigue fuera de control.

Estos días, Siria reclama nuevamente el interés. Tras cientos de miles de muertos, refugiados y masacres humanitarias, el pulso con Rusia se presenta dramático. Es como si Europa hubiese vendido en un vulgar mercadillo la inteligencia ética que pudo haber puesto al servicio de la humanidad. La carcoma de los egoísmos y la xenofobia crece augurando tiempos sombríos. El futuro -si es que llegamos-- recordará que, entrados en el siglo XXI, la vergonzante guerra de Siria -y solo es un ejemplo-- también coincidió con los mayores adelantos técnicos y científicos nunca conocidos antes. La segunda era de la máquina. La del algoritmo y la inteligencia artificial. La robotización y la bionanotecnología que nos curará de todos los males. De todos menos del gen que nos autodestruye. No sabemos si cuando seamos cíborgs o transhumanos maduraremos, pero lo bien cierto es que, en nuestra realidad humana, dejamos mucho que desear.

*Doctor en Humanidades y secretario autonómico de Turismo