El impacto de la pandemia que ahora nos afecta –y nos infecta- incide en todos los campos de lo humano: ocio, trabajo, relaciones humanas, educación, economía… Algunos hablan ya de un cambio de era o de paradigma, de profundas e inminentes transformaciones y, sobre todo, de incertidumbre. El futuro, hecho presente, ya no es lo que solía ser, decía el poeta francés Paul Valéry .

Ello conlleva, ante todo, una permanente incertidumbre, ausencia de certezas, que nos sumen en una duda más que cartesiana con las consiguientes crisis personales e institucionales, que generan angustia y ansiedad, lo cual nos retrotrae a los primeros tiempos filosóficos del llamado arkhé, esto es, de dónde venimos, a dónde vamos y qué o quiénes somos. Dejémonos, pues, de nuestra particular soberbia y comencemos el camino de la reflexión sincera.

Durante este ya largo periodo hemos vivido en una nebulosa de errores, de problemas nuevos, incompetencias y resultados difíciles de evaluar en la actual perspectiva. Muchas vidas han sido testigo de su propia muerte, tal vez indigna (ahora que andamos en dimes y diretes pregonando la «muerte digna»). Muchos valores se han ignorado, consciente o inconscientemente. Ese futuro es, quizá, tierra de nadie que nos introduce en un patente escepticismo para nuestra capacidad de adivinar, profetizar o calcular, por lo que se impone el temor y la cautela. Sin olvidar, eso sí, que no es solo cuestión de la ciencia, sino de actitud ante la existencia. H

*Profesor