Empiezo desbaratando una falsedad: no es verdad que todos seamos iguales ante esta pandemia. Las estadísticas demuestran que preferentemente daña y mata a tres grupos: los viejos menos protegidos, la gente que vive en situación precaria y los sanitarios. Los médicos y enfermeros están ahí en su inmensa mayoría por ética y decencia, aunque algunos lo tienen que hacen por estricta necesidad de cobrar. Para los demás ciudadanos es como una gripe malísima y muy contagiosa pero, psicosis aparte, no mucho más. La mala franja la forman ancianos, trabajadores jubilados, muchísimos viudos o viudas, y cuando se hagan los números de la verdad se confirmará que más del 40% residían en geriátricos.

Aquí la mayoría de esas víctimas son anónimas, se han ido sin despedidas y sin que nadie les escriba necrológicas. Pero eran de una generación que antes de su final arrugado y con aroma a alzéimer fue histórica. Eran de la infantería de la transición. Sufrieron la cutrez de la posguerra, vivieron luego -seguro que con ilusión- el regreso de la libertad y entonces casi todos soñaron con una modesta prosperidad personal. Pero tuvieron que ver con decepción que España se enriquecía con su esfuerzo pero ellos quedaban bastante rezagados, precarios y al margen.

Su vivir justito empeoró a medida que perdían vigor físico y que desaparecían por la edad sus soportes, los amigos. Llegaron por fin a unas pensiones, aunque insuficientes, pero la moda de la política liberal les endosó duros recortes sociales que parecían hechos para castigar unos despilfarros y corrupciones que no eran suyos.

*Periodista