Se acerca la celebración del Corpus Christi, el próximo día 14. Lo haremos afectados aún por la pandemia del covid-19 y por las graves consecuencias que ha provocado en los distintos ámbitos de nuestra vida. Para los católicos, el Corpus es una fuerte llamada a intensificar nuestra caridad y generosidad, siempre y, más si cabe, ahora, y también nuestro compromiso activo para construir la civilización del amor.

En el centro de la fiesta del Corpus está la Eucaristía, el sacramento del Amor. Y es en la Eucaristía, donde se encuentra la fuente, la fuerza y el envío para vivir día a día la caridad y construir un mundo más humano, fraterno y solidario, más según Dios. En la Eucaristía, el mismo Jesús se nos da como alimento, que cambia y transforma. Él mismo se queda realmente presente entre nosotros para que, en adoración, contemplemos su amor supremo. El Señor mismo nos invita a su mesa y nos sirve, se nos da a sí mismo, y nos muestra así que amar es servir y que amar no solo es dar sino darse.

Ante la profunda crisis, que padecemos, «la caridad de Cristo nos apremia» (2Cor 5,14): a orar por el eterno descanso de los fallecidos y por el consuelo de sus familiares, por los contagiados y los sanitarios; a atender a aquellos que en número creciente pasan hambre, se quedan sin trabajo, pierden sus empresas o negocios. El Señor Jesús nos apremia a vivir la caridad para reconstruir entre todos el tejido económico, laboral y social, tan debilitado por la pandemia. Y nos urge a vivir la caridad en la verdad para construir un orden social y político, basado en la verdad, en el encuentro y el diálogo constructivo entre todos, superando la mentira, el rencor, el insulto, la exclusión y la imposición de ideologías. Necesitamos recuperar la categoría del bien común. Este debería ser el objetivo de todos y, en especial, de los políticos y servidores públicos.

*Obispo de Segorbe-Castellón