Ahora se llaman fake. Antes, mucho antes y desde siempre, han sido mentiras. Que comienzan recortando la verdad, mutilándola, eludiendo partes de la misma. Pensemos en la conocida falacia de la composición. Por ejemplo: «es político y marciano». No es enteramente falso, pero la frase encierra un claro componente de irrealidad.

Una verdad troceada echada a rodar por un acantilado --redes sociales-- acaba siendo un espantajo a merced de toda suerte de comidillas. Esta es una de las contrapartidas más graves de la socialización de las tecnologías que vivimos. Algún día encontraremos el punto de equilibrio. El día que la justicia no camine tan regazada tras la realidad. El día que la impunidad no campe a sus anchas. El día que insultar no sea gratis.

Tampoco pensemos que la realidad es monolítica. Nadie tiene la exclusiva de la verdad en mayúsculas. Siendo así, estaría bien hacer un cierto esfuerzo colectivo de humildad que buscara restaurar el respeto por los demás. Creo sinceramente que sabemos lo que es el respeto. ¿Cómo no vamos a saberlo?. Lo sabemos perfectamente. El problema es que quizá hemos olvidado sus coordenadas de vuelo. No recordamos que es un camino de ida y vuelta. Una calle de dos direcciones. El respeto cobra su pleno sentido cuando tú lo concedes y no solo cuando lo reclamas para ti.

Carles Pons, maestro, actor, dramaturgo y poeta castellonense de Villafranca, hablaba de un triángulo como forja de la educación de una persona: la calle, la casa y la escuela. Supongo que la calle hoy serían más bien las redes. Supongo que estas tres piezas bien alineadas engendran las condiciones de una sociedad mejor. Sea como sea, el marcador del partido en estos momentos (minuto y resultado) no es demasiado positivo.

Malos tiempos para la lírica. Creo que nos aguardan unos meses de campañas políticas complicadas. En realidad llevamos mucho tiempo en una lógica que busca más encontrar culpables que soluciones. La retórica de la ira se impone especialmente en aquellos salvapatrias que pugnan por liderar una España que tiende a los excesos con demasiada facilidad.

Los partidos viejos por viejos y los nuevos, por su galopante envejecimiento. Pero quizá el problema no sean los partidos. Ni siquiera creo que sea justo decir que el problema sean las personas que los dirigen. Lo facilón sería quedarnos ahí. El problema debe ser más profundo y, por lo tanto, todavía más grave. La calle, la casa y la escuela. Las redes son una corrala impúdica, pero también podrían ser todo lo contrario. Un espacio de intercambio enriquecedor. El problema puede que sea la ausencia de cultura democrática. A saber, el conceder valor a la convivencia cotidiana. La asunción del pluralismo como un principio esencial de nuestra Constitución. Son ciertamente malos tiempos para la lírica, pero, como en las artes plásticas, siempre puede haber un punto de fuga. Lo vemos en la causa civil de jóvenes y adolescentes de todo el mundo con sus viernes contra el cambio climático. Gracias por la esperanza.

*Doctor en Filosofía