El lanzamiento desde Irán, sin causar bajas, de 22 misiles contra dos bases de Estados Unidos en Irak tuvo una respuesta contenida por parte de EEUU que en cierta medida enfría los efectos de una crisis de seguridad que amenaza con incendiar la región. Desde que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ordenó el asesinato del general Qasim Soleimani es difícil saber si el mundo asiste a los prolegómenos de una nueva guerra o a un momentáneo intercambio de golpes entre dos adversarios irreconciliables. Dos posibilidades por demás volátiles que justifican los peores augurios, aunque Trump insiste en que no quiere la guerra.

Lo único realmente verosímil es que la crisis desatada por la soberbia de la Casa Blanca y la implicación iraní en varias zonas sensibles --Líbano, Siria, Irak, el tráfico petrolero en el golfo Pérsico-- reúne todos los ingredientes para que Trump aproveche el momento, desvíe la atención del impeachment y evite un desgaste personal derivado del proceso. Lo mismo hizo Bill Clinton en 1998 con bombardeos en Sudán y la jugada le fue útil al acotar el coste político de una prolongada exposición pública a causa de la activación contra él de un procedimiento de impeachment. El riesgo para Trump es que una guerra no deseada por él hasta hace muy pocos días le enfrente a un doble desafío: contrarrestar la contestación en la calle y convencer a una parte del electorado conservador de que su objetivo es presentarse a la reelección en noviembre sin tropas expuestas en Oriente Próximo.

Los cálculos hechos desde del asesinato de Soleimani y el anunció de venganza iraní eran que la réplica de la república islámica se concretaría mediante la acción de terceros (las diferentes facciones chiís y proiranís que actúan en la región). Pero al activar la respuesta el Ejército iraní directamente aumenta las dimensiones de la venganza visto que no se trata de la iniciativa de un grupo afín partidario de la acción directa, sino de una respuesta de Estado a través de la Guardia Revolucionaria, la élite militar del régimen. Tal distinción no es una simple formalidad, sino más bien una circunstancia que agrava el significado del ataque a las dos bases y que, al mismo tiempo, de darse, también agravará el alcance o las consecuencias de la respuesta estadounidense porque irá dirigida a un Estado soberano reconocido por la totalidad de la comunidad internacional.

Ni la declaración de Trump anunciando nuevas sanciones a Irán, pero no el recurso a las armas, ni la insistencia del líder espiritual iraní, Alí Jamenei, de considerar insuficiente el castigo infligido a Estados Unidos disipan el temor a un deterioro desbocado de la situación. Ningún bando renuncia a poner el futuro en manos de los generales y todas las opciones están sobre la mesa a pesar de que se multiplican los llamamientos para rebajar la tensión. El hecho mismo de que Trump haya pedido a los aliados que hagan suya la versión estadounidense del desafío iraní alimenta los malos presagios, aunque los misiles no causaron bajas y el barril de Brent cotiza a la baja.