La escalada verbal en la crisis del golfo Pérsico ha cubierto una nueva etapa con el intercambio de invectivas entre Irán y Estados Unidos. Aunque no es la primera vez que dirigentes del régimen de los ayatolás utilizan un lenguaje desaforado, el hecho de que sea el presidente Hasán Rohani, tenido por moderado, quien acuse de «retraso mental» a la Casa Blanca a raíz de las sanciones impuestas a varios jerarcas iranís, incluido el líder espiritual, Alí Jamenei, confiere una especial relevancia al episodio. De la misma manera, la decisión del halcón John Bolton, consejero de Seguridad Nacional de Donald Trump, de bajar a la arena de las frases rotundas para describir Irán como «una fuente de beligerancia y agresión» resulta intranquilizadora y confirma que se desvanece la vía diplomática, que Teherán da por cegada.

Forma parte del manual de estilo de Trump el objetivo estadounidense de poner de rodillas a Irán para que se avenga a negociar los términos de un nuevo acuerdo nuclear cuando la situación económica de la república islámica sea de todo punto insostenible, pero lleva el conflicto a un desenlace desastroso para la estabilidad de la región, con efectos seguros sobre la economía mundial. Porque a pesar de que Trump no quiere afrontar la reelección condicionado por la impopularidad de una guerra, la lógica de la escalada lleva inexorablemente a una situación de volatilidad extrema en la que cualquier incidente puede degenerar hacia una resolución por métodos violentos.