La ministra Irene Montero, pareja sentimental del conocido ‘marqués de Galapagar’, ha denunciado a un concejal de su ayuntamiento por acoso. Al parecer, durante el tiempo de confinamiento, este concejal ha acudido a la puerta de la mansión de los Iglesias-Montero (sin acceder a su interior, quedándose en la calle) para silbar y aporrear cazuelas.

Resulta patológicamente curioso, escandalosamente vergonzoso y nauseabundamente abyecto comprobar cómo lo que en piel ajena no era más que jarabe democrático se torna acoso al sentirlo en la propia.

No es solo que la ministra tenga dos varas de medir. No se trata ya de cuestiones subjetivas de concepto y opinión. Se trata de mostrar al mundo, sin rubor, la caradura de la que hace gala un día sí y otro también.

Cuando unos cafres estuvieron a punto de golpear a la expresidenta de la Comunidad de Madrid, cuando otros indocumentados insultaron a la exvicepresidenta del Gobierno, o en cualquier otro caso de los muchos que hemos visto en los que la acosada fue una mujer conservadora, se trataba solo de jarabe. Ahora que lo sufre la podemita, el dulce jarabe se ha vuelto hiel.

¡Hay que joderse! Ellos podían cagarse en la madre de quien les saliera de las narices, pero no toleran que las tornas hayan cambiado. Sus maneras totalitarias son la muestra de lo que son.

Nada nuevo bajo el sol.

*Escritor