Hace unos días se celebró el Día internacional de la Escritura a Mano, el Handwriting Day. Confieso que ignoraba su existencia y que de no ser por las redes lo seguiría haciendo, a pesar de que en Estados Unidos se celebra desde hace 42 años. Lo creó la asociación americana de fabricantes de instrumentos de escritura como «una oportunidad para descubrir la pureza y el poder de escribir a mano». O tal vez para vender plumas y papel, un objetivo más interesado pero igual de romántico. Se eligió el 23 de enero porque en tal día nació John Hancock, un comerciante de Massachusetts que fue el primero en decorar con su firma la Declaración de Independencia estadounidense.

La asociación propone diversos modos de celebrar el día: escribir una carta de amor o de amistad, aprender a trazar letras góticas, comprarse una pluma o visitar algún museo que muestre manuscritos importantes. Esto último abre muchas posibilidades. Desde acercarse al Arxiu Municipal de Lleida para contemplar la fundacional Carta de Poblament, firmada por los condes de Barcelona y de Urgell en 1140, hasta volar a Londres y explorar la magnífica colección de manuscritos de la British Library. Es precisamente allí donde en abril va a inaugurarse la exposición Writing: making your mark, centrada en la evolución de la escritura a través de los últimos 5.000 años y en cómo esta puede servir para imprimir nuestra huella en siglos de tradición heredada. Uno de los objetos más esperados entre el centenar que conformarán la muestra es una tablilla de barro gris donde algún escolar griego de hace 1.800 años hizo sus deberes de gramática. Nunca antes se ha expuesto, a pesar de llevar más de cuatro décadas durmiendo en los almacenes del museo británico. También habrá jeroglíficos egipcios tallados en piedra, muestras de caligrafía japonesa, la copia anotada del Ulysses de James Joyce y algunos garabatos autógrafos de Wolfgang Amadeus Mozart. La presentación de la muestra termina con algunas preguntas: «¿Abandonaremos plumas y lápices en favor de mensajes de voz y emoticonos o sabremos transmitir la tradición que nos fue legada?», «¿cuál es el papel de la escritura a mano en un mundo cada vez más dominado por lo digital?». Añado yo otra: «¿Pueden convivir en paz emoticonos y arabescos a tinta?». Yo pienso que sí. Y que deben hacerlo.

A los escritores se nos pregunta a menudo si escribimos a mano o con ordenador. Aún queda quien escribe a mano y luego teclea lo escrito. Recuerdo a un colega muy prolífico contándome hace unos años un sueño que todavía no había cumplido: escribir a mano una novela, en un precioso cuaderno comprado para la ocasión en uno de sus viajes. Tengo otro colega muy aficionado a enviar postales manuscritas. Recibirlas crea tanta adicción que somos muchos quienes hemos empezado a hacer lo mismo. Yo tengo también mi excentricidad: las plumas estilográficas. Nunca salgo sin una de ellas. Elijo con cuidado la tinta que mejor casa con cada plumín, con cada tipo de papel. Para mí, Sant Jordi comienza con el ritual de escoger la pluma y la tinta que van a acompañarme en la jornada. La tinta varía cada año.

ME GUSTA observar las reacciones que despiertan en los demás las plumas estilográficas. Entre los jóvenes, extrañeza --«qué boli más raro», me dicen a veces--, pero también curiosidad y fascinación. Les interesa cuando les muestro las tripas del ingenio: el émbolo, el depósito de tinta. Les cuento que hay tiendas donde venden tintas de más de 500 colores diferentes (y con nombres propios). Entre los mayores, las reacciones son otras. «Mira, una pluma», le dice al marido la mujer veterana, con nostalgia. Y uno de los dos añade: «Ya no se ven, el boli las ha desbancado». Tienen razón. Cuando salieron los primeros bolígrafos prometían unas comodidades que siguen vigentes: la tinta se seca enseguida, no ensucia, no se corre, no traspasa el papel, no hay que rellenarla, no se desparrama. Eran baratos y desechables. Lo tenían todo para ganar la partida, aunque a qué precio. Hoy, incluso entre los profesionales de la escritura, es una excentricidad escribir con pluma, la inmensa mayoría confiesa no saber usarla, o darle una pereza horrible. Para mí, escribir con una pluma Omas y una tinta Diamine de color verde Teal es un modo como cualquier otro de rozar la felicidad. No sé si es excentricidad o romanticismo.

De modo que no saben la alegría que me llevé al saber que existe un Día Internacional de la Escritura a Mano. Me alegra que haya iniciativas que vayan al revés del mundo, a repelo de lo cómodo y barato, a contracorriente de la mayoría. Me gusta preguntarme por la utilidad de lo en apariencia inútil, o por el inmenso valor de lo que no supone un beneficio inmediato. Porque necesitamos lo innecesario para ser felices. Cuanto más impráctico, superfluo, inútil o idiota resulte, más felices nos hace.

*Escritora