Pocas personas no han visto la última película de Todd Phillips, protagonizada por Joaquin Phoenix, Joker. En esta producción el director indaga en el origen del célebre villano del cómic. Para ello, nos presenta a Arthur Fleck, un payaso a sueldo que vive con su madre en Gotham City, ciudad que se derrumba bajo el paro, el crimen y la ruina financiera.

Arthur sufre un trastorno neurológico que hace que se ría de manera escandalosa en momentos inapropiados. La estridente risa que le caracteriza, se produce en situaciones de estrés, no de manera espontánea, como corresponde a una epilepsia gelástica, término que proviene del griego gelastikos, que significa risa.

Arthur visita los servicios sociales para obtener la medicación para su trastorno pero, debido a los recortes, deja de tomarla, desencadenándose su patología a todos los niveles. Abandonar la medicación parece que haga que esté mejor, pero padece delirios, alucinaciones y depresión. Aparte de la epilepsia gelástica, padece un Trastorno de Personalidad Antisocial, que se da cuando el sujeto no se ajusta a las normas sociales, cometiendo actos violentos y delictivos, mientras disfruta desafiando las leyes y el orden establecido.

Cierto es que gran parte de las personas que cometen actos de gran violencia han padecido algún trauma en la primera infancia. Realidades tan dramáticas como el abuso físico, sexual o la falta de afecto suelen generar en el cerebro infantil serias secuelas. Arthur, aparte de haber sufrido maltrato infantil, es un hombre golpeado por la sociedad en la adultez. La infancia repleta de abusos, la adolescencia llena de mentiras y la marginación en la edad adulta, convierten a Arthur en el Joker. Como él dice: «Lo peor de tener una enfermedad mental es que la gente espera que te comportes como si no la tuvieras».

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)