Y a sabía yo que el articulito de la semana pasada iba a traer cola. Mi nieto mayor (solo tengo dos), tiene 11 años, ojos grandes como su madre y unas pestañas que añorarían muchas mujeres a fin de olvidarse, para acentuarlas, del rimel y perfiladores. Asimismo, una boca muy bien perfilada y una dentadura perfecta, como su padre, con la que se gana las voluntades al sonreír. No es extraño que ya empiece a despertar alguna atracción entre sus compañeritas de clase. Pues bien, Jorge, cuando mi hija le ofreció mi texto de Mediterráneo de hace siete días dedicado a su hermana, me cantó las cuarenta en bastos, en una videoconferencia de wasap, porque pensaba que le había olvidado. De inmediato, en la misma charla, le di a conocer esta reseña que tiene ante sus ojos el lector y las cosas volvieron donde siempre han estado, al afecto más entrañable.

El niño, como todos los de su edad, es un adicto a la PlayStation, pero también se subyuga, especialmente, por los animales, y los personajes históricos. Entre ellos, tiene singular devoción por Jaume I. Y es lógico que así sea, por cuánto se lo han referido en la escuela y por las historias que sobre él le cuenta su abuelo. En particular le fascina su imponente envergadura, pareja a la del actual rey de España, como lo describe Desclot en su crónica. También, el hecho de que entrara el primero en combate a caballo blandiendo su Tizona, la espada que, según la leyenda, perteneció al Cid Campeador. Un siglo más tarde, el acero lo empuñaba un glorioso caballero templario quien, a su muerte, la depositó en el castillo de Monzón. Tal vez por ello, según legendario relato, se le adjudicó este nombre a la colina, como contracción de Montizón (el monte de la Tizona). Fue Guillem de Mont-Rodó, recipiendario de la histórica lama, quien se la obsequiaría a su pupilo Jaime I cuando lo adiestró, precisamente, en esa fortaleza, por mandato del Papa Inocencio III. En fin, «Si non è vero, è ben trovato».

*Cronista oficial de Castelló