Tienen entre 15 y 24 años. Estudian, trabajan o tratan de hacerlo. Antes de la pandemia se les denominaba generación Z, ahora ya se les ha bautizado como la generación confinada o generación de la cuarentena, y lo tienen difícil. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) alerta de que podría convertirse en una suerte de nueva generación perdida. Uno de cada seis jóvenes en el mundo ha quedado en el paro por la pandemia, y los que siguen trabajando han visto reducidas sus horas laborales y, por tanto, sus ingresos. En España hay el riesgo de que el elevando desempleo juvenil derive en un problema estructural.

El problema es aún más lacerante para los treintañeros. Los que emergieron al mercado laboral en plena crisis económica y salieron de ella enlazando trabajos precarios y con graves problemas para acceder al mercado de la vivienda. Ahora, justo cuando muchos parecían alcanzar la estabilidad, la pandemia ha asestado un duro golpe a sus expectativas. Un tropiezo laboral y económico, pero también psicológico.

¿Hay espacio al optimismo? Debe haberlo. Si algo ha desnudado el coronavirus es la inexistencia de certezas. A pesar de que nos movemos en escenarios desconocidos, los pronósticos más agoreros parecen alejarse. Para empezar, los datos del paro muestran una ligera recuperación. El mes de mayo cerró con 97.462 afiliados más a la Seguridad Social. Si a ello se le suman las personas que se vieron afectadas por un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE) y ya han salido de él, cerca de un total de 600.000 trabajadores se han incorporado ya a la actividad. La cifra aún se queda muy corta frente a los 3,8 millones de parados, pero dibuja una línea ascendente. La construcción y la industria han sido los sectores en los que ha descendido el desempleo, frente al sector servicios, que sigue siendo el más afectado. Esta tipología de trabajos también tiene un reflejo en el género. El paro femenino continúa creciendo frente al masculino: 39.000 mujeres más en paro frente a 13.000 hombres menos. El desempleo juvenil ha seguido descendiendo.

El ritmo de la recuperación de la actividad económica marcará la destrucción o creación de empleo. Si la crisis es corta y la situación sanitaria sigue controlada, es de esperar una recuperación laboral más rápida. Aun así, parece evidente que las políticas públicas van a resultar indispensables. También un plan especialmente ajustado a las necesidades de la juventud. Durante la pasada crisis económica, fueron muchos los jóvenes que hicieron las maletas. La situación no puede volver a repetirse.

Al fin, todo está relacionado. La gentrificación que expulsa a los vecinos de sus barrios, también convierte la vivienda en un lastre casi inasequible para los jóvenes. Obligados a destinar a ella una proporción excesiva de sus salarios precarios se van posponiendo decisiones vitales como la paternidad. Frente a generaciones anteriores, ya no se percibe que el nivel educativo sea garantía de un mejor futuro, lo que puede llevar a un empobrecimiento sociocultural. La pandemia ha quebrado vidas y expectativas, y se ha cebado en los eslabones más débiles. Ante la dificultad, cabe trazar planes de consenso que pongan a la juventud en el centro. No se trata únicamente de fortalecer lo destruido por el virus, sino de aprovechar la reconstrucción y crear una verdadera sociedad de las oportunidades.