No baja la mirada cuando lo cuenta. No titubea. Tiene un discurso articulado y se distancia de su historia para poder otorgar al tema la carga de profundidad necesaria. Son pocas las mujeres en nuestro país que han contado que han sido víctimas de acoso sexual. Leticia Dolera es una de ellas. Ha tardado años en explicarlo. Tenía 18 años y acababa de conseguir uno de sus primeros papeles en el cine. Todo el equipo de la película estaba en un bar una tarde para despedirse al terminar el rodaje. En uno de los corrillos había unas cuatro o cinco personas, entre ellas el director. Estaban charlando en ese grupo cuando este, a la vista de todos, alargó la mano y le tocó un pecho. Leticia dudó unos segundos, pero le preguntó en voz alta: «¿Qué estás haciendo?». Sin pudor él respondió: «Tocarte las tetas». Ella le dijo que no podía hacer eso. Él respondió: «Sí puedo». Y volvió a hacerlo. De nuevo a la vista de todos. Nadie dijo nada. Personas adultas que escogieron quedarse en silencio.

Esa noche Leticia volvió a casa sintiéndose muy mal. Se lo contó a su madre quien le pidió que denunciara. No lo hizo. Le pesaba la responsabilidad de que la llamaran exagerada. Que la acusaran de mentir. De no volver a trabajar. Han pasado muchos años hasta que lo ha contado. Y aunque no estamos hablando de una violación o una agresión sexual muy grave eso también es acoso. Para que no vaya a más.

Recuerdo cuando hace años conocí a Nevenka Fernández. Aquella mujer joven, preparada y muy guapa que vivió un auténtico infierno por el acoso sexual al que la sometió el entonces alcalde de Ponferrada, Ismael Álvarez. Nevenka demostró una valentía sobrehumana. Se enfrentó a su entorno (era también concejal del PP como él) y a las dudas de parte de su familia. Y prácticamente a la sociedad entera que miraba con recelo a aquella mujer que convocó una rueda de prensa en el 2001 para denunciar que Ismael Álvarez la había arrasado literalmente acosándola, humillándola y denigrándola. A pesar de que la justicia dictaminó que lo que contó era cierto, Nevenka tuvo que dejar España para volver a tener una vida. Álvarez sigue viviendo en Ponferrada.

En aquellos días vivimos algo parecido a lo de ahora. Hubo quien trató de desacreditarla. Se rebuscó hasta en el pasado colegial de Nevenka. El fiscal García Ancos sugirió que no era para tanto porque Nevenka no era «una empleada de Hipercor a la que tocan el trasero y tiene que aguantarse porque está en juego el pan de sus hijos». Algunos no han entendido nada.

*Periodista