No lo tenían difícil y los sondeos esta vez han acertado. Emmanuel Macron, con un partido novel hecho a su imagen y semejanza (La República en Marcha) ha obtenido la mayoría absoluta en la segunda vuelta de las legislativas francesas y ha culminado en un tiempo récord la demolición del tradicional sistema de partidos de la Quinta República. Con 350 de los 577 escaños de la Asamblea Nacional, el que fuera ministro de Economía de Hollande tendrá las manos libres para gestionar su programa político de carácter liberal que deberá aplicar a temas tan sensibles como la reforma laboral, la corrupción o la lacra del terrorismo. Su victoria ha sido incontestable y ha dejado en la cuneta a sus rivales. Por la derecha, Los Republicanos se alzan como segunda fuerza del hemiciclo (bajan de 192 a 137 diputados), mientras el Partido Socialista acentúa su caída desde el mismo centro del poder a los infiernos de la marginalidad parlamentaria (de 270 escaños a 44). Su primer secretario ya ha anunciado la dimisión. Por la izquierda, Jean-Luc Mélenchon consigue grupo parlamentario sin la muleta comunista. Y la ultraderechista Marine Le Pen ni siquiera tendrá representación orgánica. Pero existen matices a la victoria del macronismo triunfante. Uno de ellos es la alta abstención de una ciudadanía fatigada: el 56% ha decidido no votar. Macron tiene su rodillo a punto, las expectativas que genera son muy altas, tanto como sería el precio a pagar si no las cumple.