E l mundo de las redes sociales nos proporciona múltiples ejemplos de buenas prácticas, pero, al mismo tiempo, se multiplica un uso fraudulento de internet para insultar, vilipendiar y amenazar. Umberto Eco advertía de que «las redes sociales dan el derecho de hablar a legiones de imbéciles que antes lo hacían solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad». No van a cesar las descalificaciones o los insultos en un espacio reducido y sin proyección exterior, pero la traslación de lo soez y menospreciable al ágora pública implica un cambio de registro que incide en la vida de las personas y en la sociabilidad. El anonimato da rienda suelta al insulto y a la provocación, a expresar con palabras -pero también con linchamientos virtuales que pueden convertirse en peligros reales- los sentimientos más rastreros, el odio en estado puro que se traduce en un ensañamiento que daña no solo la imagen de la víctima sino también su seguridad.

El llamado «filtro de calidad» que impulsa Twitter prevé la prohibición de palabras ofensivas y es un paso importante en la lucha contra la impunidad, un combate indispensable al que también contribuyen las denuncias y sentencias contra la intromisión en la vida privada y la dignidad de las personas. Pero hay que reconocer que la red es terreno abonado para un embrutecimiento moral que puede, en su día, afectarnos a todos. Como víctimas y como espectadores atónitos de un espectáculo lamentable.