A principio de semana, la Audiencia de Almería condenó con pena de prisión permanente revisable a Ana Julia Quezada por asesinar con alevosía y el agravante de parentesco al niño de ocho años Gabriel Cruz en febrero del 2018, en una finca familiar de Níjar (Almería). En la sentencia, se le condena también a tres años de prisión por un delito de lesión psíquica en la persona del padre, y a dos años y nueve meses por la misma lesión hacia la madre. Esta última siempre ha dicho que sentía que Ana Julia le hacía daño desde el primer día con comentarios hirientes expresados con el único fin de hacer el mal. Parece demostrado que actuó con alevosía convivencial, esto es una modalidad especial de alevosía basada en la relación de confianza proveniente de la convivencia, que genera en la víctima una total despreocupación respecto a un eventual ataque, lo que convierte este acto especialmente ruin, cobarde y traicionero. Los rasgos de la asesina son los de una persona fría, manipuladora y con falta de empatía, sin encajar por completo en el perfil de psicópata pues aunque el psicópata es una persona egocéntrica y con falta de empatía, no suele actuar movido por sentimientos hacia nadie. En cambio, todo apunta a que el móvil del asesinato fueron los celos hacia el niño motivados por su relación con el padre. Por lo visto, Ana Julia decidió segar la vida del menor cuando la psicóloga del niño aconsejó al padre que pasara más tiempo (y de mayor calidad) con él debido a que el pequeño se sentía desplazado por la nueva pareja de su padre, a la postre su asesina.

Secuestrar y matar a un niño es ya pura malicia, pero si además es el hijo de tu pareja y es por conseguir unos pequeños beneficios sentimentales, entonces hablamos ya de la encarnación misma de la maldad.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)