Bajo la presidencia del peor líder de la historia reciente de EEUU, la sociedad está rompiendo la atonía de las últimas décadas. Primero fueron las mujeres. Ahora son los jóvenes, en realidad adolescentes, organizados en torno a un lema que a tan temprana edad estremece: Marcha por nuestras vidas. Que unos muchachos que deberían estar disfrutando de la despreocupación propia de su edad tengan que organizarse para hacer frente a la facilidad con la que sus compañeros de clase son asesinados por armas de fuego dice muy poco de un país. Pese a la evidencia mortal tantas veces llorada, EEUU se empeñan en mantener el acceso a las armas en base a una enmienda a la Constitución adoptada en 1791 cuando el Estado recién creado carecía de mecanismos debidamente organizados para defender a sus ciudadanos. Y para más inri, Trump se hace eco de la propuesta que debería poner los pelos de punta a cualquiera consistente en dar armas a los maestros.

Después de las marchas de este fin de semana, es importante que de regreso a casa, los estudiantes sigan luchando y muy en particular cuando dentro de pocos meses hay elecciones de mitad de mandato. La diferencia a la hora de legislar entre tener congresistas y senadores contrarios al supermercado armamentístico actual o tener amigos y defensores (y beneficiarios) de la Asociación Nacional del Rifle es abismal. Por ello, el trabajo de estos jóvenes no acaba en Washington. Esto es solo el principio.