Nuevo caso de abusos sexuales a niños en la Iglesia católica, esta vez en Constantí (Tarragona). Una gota que llena más el vaso de las denuncias de unas prácticas deplorables que, en la mayoría de los casos, corresponden a delitos que ya han prescrito, las consecuencias de los cuales, sin embargo, permanecen en la memoria de quienes los padecieron. En las últimas semanas se han destapado diversos casos: el del germà Andreu Soler, en el Monasterio de Montserrat, en una confesión de Miguel Hurtado a la que han seguido más testimonios; y el de mosen Tomàs, en la parroquia de Vilobí d’Onyar y en el colegio Bell-Lloc, de Girona. Ahora, en la triste historia de Constantí, los abusos practicados por el sacerdote Pere Llagostera, fallecido hace dos años, tienen una banda sonora: la canción escrita por Joan Reig, batería de Els Pets, que vertió en Corvus su propia experiencia como víctima en un refugio de montaña en los Pirineos.

Se han anunciado comisiones de investigación y el padre abad de Montserrat ha reconocido los abusos, ha pedido perdón y ha afirmado, en su homilía del domingo, que «es necesario afrontarlos con decisión». Es de esperar que así sea, sin subterfugios, en todos los casos, para remover conciencias en la línea expresada por el papa Francisco, que ha convocado el 21 de febrero una reunión histórica en el Vaticano. Nada podrá alejar a las víctimas del espectro de su sufrimiento, pero la institución debe reflexionar seriamente sobre su culpa y asumir responsabilidades. Por lo que sucedió en el pasado y para evitar lo que no debería volver a ocurrir en el futuro.