La facción aparentemente más dura del independentismo, encarnada por la dirección del grupo parlamentario de Junts per Catalunya, decidió ayer dar un paso más hacia ninguna parte. No tienen suficiente con tener secuestrado al PDECat y a su tradicional vocación de pacto, ni con imponer en el gobierno de la Generalitat una acción basada en la pura y dura agitación. Ni con chantajear al conjunto de los votantes independentistas con el drama de los políticos presos y los que no pueden volver a su país.

Ahora ha optado por bloquear el Parlament de Cataluña, puesto que sin el voto de los cuatro diputados de JxCat suspendidos, ni puede imponer la mayoría independentista ni puede dar paso a una de alternativa. La maniobra forma parte del proyecto fundacional de Junts per Catalunya que no es otro que utilizar el control de las instituciones catalanas para deslegitimar al Estado español e insistir en su teoría de la falta de legitimidad democrática. No en vano, ha conseguido lo que no logró la implantación del artículo 155: alterar las mayorías parlamentarias en Cataluña.

Faltan adjetivos para calificar lo que está haciendo Carles Puigdemont, y Quim Torra de su mano, con el patrimonio de los votos y la movilizaciones independentistas. Lo ha convertido en un núcleo cada más reducido, ayer con solo 32 votos en el Parlament, y totalmente inoperante. ¿De qué sirve ganar elecciones si es al precio de hacer promesas y gestos que en la práctica impiden gobernar?