Hace un año escribía en este periódico un artículo titulado Me duele Barcelona, al calor de los atentados que el 17 de agosto había sufrido la ciudad condal.

Me dolía Barcelona por todos los lazos afectivos que me vinculan a mí y a mi familia con Cataluña en general y con Barcelona en particular. Pero un año después me duele mucho más la cobardía y la miseria moral que parece instalarse en España cada vez que sufrimos la lacra de un atentado terrorista y no hacemos otra cosa que tirarnos los trastos a la cabeza.

Por un lado las víctimas --únicos protagonistas y que solo tendrían que sentir nuestro calor, cariño y ayuda-- exigiendo que no se manipule ni se politice su dolor, acusando además a los políticos de haberlas abandonado.

Por otro lado, los exmiembros del Govern de la Generalitat durante los acontecimientos del 17 de agosto del 2017 y la expresidenta del Parlament, reprochando falta de colaboración del Estado --como si ellos no fueran Estado-- durante el operativo policial por el 17-A.

Y para rematar, de forma implícita elucubrando con una estrecha relación entre el imán de Ripoll y el CNI, reclamando explicaciones y alentando la teoría de la conspiración como si estuviéramos ante un atentado de falsa bandera organizado por España para detener el proceso independentista.

Por otra parte, Ciudadanos en Cataluña insiste en que hay mucho que investigar para averiguar si los atentados pudieron haberse evitado. Piden que el conseller de Interior informe sobre la visita de tres mandos policiales de Cataluña a Washington, donde miembros de la CIA les habrían informado sobre un posible atentado islamista en Las Ramblas, información que no habría sido tenida en cuenta.

Algo tenemos que haber hecho mal los españoles para que cada vez que sufrimos un atentado terrorista o una tragedia, en lugar de unirnos en el dolor para fortalecernos como sociedad, nos pasemos el día lanzándonos reproches unos a otros, cuando no insidias insoportables, las más de las veces sin fundamento alguno, que afloran lo peor de nuestras miserias colectivas.

El riesgo cero no existe. La pregunta no es si el atentado pudo haberse evitado. La pregunta debería ser saber cuántos sí se han podido evitar gracias al esfuerzo de todos, de la Policía Nacional, la Guardia Civil, los Mossos, el CNI, … y aprender de los errores cometidos --que seguro que los hubo-- en el que no se ha podido evitar para detenerlo la próxima vez. Porqué habrá próxima vez o por lo menos lo intentarán.

Lo del No tinc por está muy bien como eslogan, pero miedo, hay que tenerlo. Miedo de aquellos que con dinero de los sátrapas del Golfo planean llenar nuestras ciudades de sangre y de terror. Y miedo también de aquellos que, anestesiados por la islamofilia --a medio camino entre el buenismo y el narcisismo-- o disuadidos por la islamofobia, son incapaces de ver la magnitud del problema.

*Vicepresidente de la Diputación Provincial de Castellón