Poli bueno, poli malo. El negociador del brexit por parte de la Unión Europa, Michel Barnier, sería el poli malo cuando representa el muro compacto de la Unión ante una Theresa May debilitada y sin demasiadas cartas en una negociación que no consigue mostrar progresos suficientes por parte británica. El poli bueno sería Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo, quien se presenta con su cara optimista y más institucional, como un bálsamo para la primera ministra británica, que tras esta cumbre europea tiene poco que llevarse a casa, donde la esperan siempre más enemigos que amigos pese a su discurso conciliador en Florencia hace tan solo unas semanas.

La realidad es que los dos polis saben que el gran escollo es la factura a pagar y que si Bruselas es un mal escenario para May, Londres es todavía mucho peor, y no solo por la actual soledad de la primera ministra británica. Los sondeos no le son nada favorables. La mayoría considera que ha planteado mal la negociación, aunque quizá no había otra forma de hacerlo.

El problema está en que los efectos económicos del brexit ya empiezan a permear la sociedad, y esas son malas noticias, porque va creciendo de manera lenta pero segura el número de británicos que ahora quisieran dar marcha atrás a una decisión aprobada mediante un referéndum que estuvo cargado de mentiras y de falsedades sobre los supuestos beneficios de la salida, sin una defensa coherente y ambiciosa de la permanencia en la Unión Europea y, al mismo tiempo, sin una hoja de ruta en caso de la victoria del brexit, como así ocurrió.