En una carrera que nadie con capacidad de hacerlo parece querer detener hay siempre un salto peor. El asesinato de al menos 59 personas que asistían a un concierto al aire libre en Las Vegas es la mayor matanza registrada en aquel país en tiempos modernos, superando las 49 víctimas mortales de Orlando el pasado año. Las banderas de los edificios oficiales del país ondeaban ayer a media asta y el presidente Donald Trump calificó lo ocurrido de acto de pura maldad. ¿Al igual que en ocasiones anteriores, quedará todo ahí, en dos palabras y una señal de duelo? Lo más probable es que sí. El presidente Barack Obama intentó poner coto durante su mandato a la libre circulación de armas en Estados Unidos, pero se estrelló contra un muro que parece insalvable, el de la Asociación Nacional del Rifle, uno de los lobis más poderosos de aquel país.

El estado de Nevada, donde ha ocurrido la última matanza y en el que vivía el presunto asesino que disparó centenares de balas, es el que tiene las leyes más laxas sobre armas. Sus ciudadanos pueden portarlas libremente sin que tengan que registrarse en ningún sitio. Los defensores de las armas consiguen que tras cada matanza no se abra un debate público porque, dicen, no hay que politizar la cuestión. Es precisamente la política la que tiene que poner fin a este disparate que cuesta tantas vidas. La de Las Vegas es la peor matanza, pero diariamente mueren en Estados Unidos decenas de personas en pequeños incidentes o accidentes en los que su utilizan armas de fuego.