Hace algunas fechas nos dejó el catedrático Diego López Olivares. Sin duda, uno de los mayores investigadores en materia turística que ha generado nuestra Universitat Jaume I. Sobre el turismo, casi todo el mundo suele opinar constantemente. Sucede como con el fútbol. Cualquiera de nosotros formularía una lista diferente del combinado nacional. Quizá la vida esté llena de puntos de vista y la realidad no deja de ser un panorama. Así debemos contemplar los debates permanentes sobre el complejo mundo del turismo. Pero, cuando las opiniones venían suscritas por Diego, tal vez la cosa cambiaba. La conversación devenía en fundamentación. Nunca tocaba de oído. Diego era un científico social, geógrafo, especializado en los estudios turísticos. Inspiraba rigor y conocimiento de causa. Su visión era académica, pero hundía las raíces de sus conclusiones en el mundo real. Al menos, ese anticipo de mundo necesario que prescribía en su permanente afán por reivindicar la estrategia en un sector dado a la improvisación.

Diego afrontó encargos tanto a nivel local como internacional. Nunca se escondía cuando se la pedía compromiso y dedicación para ilustrar el mejor camino posible de un municipio o un territorio con sueños de progreso.

De él aprendimos muchas cosas, pero quizá una lección nos acompañará especialmente. Tal vez por su sencillez, tal vez porque la pronunció cuando nadie lo hacía. Quizá porque fue coherente siempre aunque no estuviese de moda. Y las modas desgraciadamente a veces las imponen unos pocos y esos pocos quizá no coinciden con los más adelantados.

Diego sí era un adelantado en este rincón del mundo llamado Castellón. Sostenía que el turismo era una industria y, como tal, precisaba de una estrategia. El esquema era que, identificados los recursos potenciales de un territorio, el proceso consistía en no confundirlos prematuramente con productos. Debían implementarse estrategias de transformación ligadas a la formación, la innovación, la propia sostenibilidad desde todos sus ángulos y, finalmente, establecer una adecuada comercialización del producto elaborado. Y no hablamos de tornillos ni de zapatos, sino de experiencias.

Hoy todos los analistas que se precien consideran el turismo experiencial como la gran tendencia y el objetivo de todo destino que quiera ser relevante en el futuro. Llevaba décadas clamando en esa dirección. Además, postuló con rigor la estructuración del camino que debía seguir nuestro interior para encontrar su lugar en los complicados mercados de la demanda turística. También aportó criterios para que los destinos costeros más maduros evitaran la obsolescencia y pudiesen remontar con parámetros de calidad.

Tuve la ocasión de contar con él para el nuevo consejo de administración del aeropuerto de Castellón. También trabajamos planes de desarrollo en los municipios de alrededor de esta infraestructura, la subcomarca del Pla de l’Arc que él visualizaba ramificando oportunidades hacia o desde Torreblanca. Se marchó estudiando opciones y explorando caminos para el desarrollo. Siempre con cabeza. Y tú, Diego, siempre en nuestro corazón.

*Secretario autonómico de Turismo