En la mañana del pasado día 22 de abril el ciclista del equipo italiano Astana Michele Scarponi, de 37 años, fue atropellado en la localidad de Filottrano (próxima a Ancona). Su entrenamiento se convirtió en tragedia cuando un camión, cuyo conductor le conocía personalmente, no cedió el paso en un cruce y golpeó frontalmente al ciclista, acabando con su vida. Ganador del Giro de Italia del 2011, Scarponi era uno de los ciclistas más carismáticos del pelotón por su simpatía y buen humor. Alegre y cercano, hacía unos meses que un loro (de nombre Frankie), propiedad de un vecino de la localidad, se le posaba en el hombro, en el casco o en el cuadro de su bicicleta y le acompañaba en los últimos kilómetros del entrenamiento. Fiel a su carácter bromista, Scarponi temía ser de la misma familia que el loro porque «los dos tenemos colores azules y amarillo», decía, en alusión al uniforme de Astana.

Ahora, desde el día del accidente, se puede ver al loro postrado encima de una señal en el punto exacto donde murió el ciclista. Día tras día, ahí está Frankie, preguntándose que hacen allí tantas flores, mientras espera ver pasar a su amigo el ciclista para posarse en él los últimos kilómetros. Todos hemos escuchado historias que hablan de perros que parecen tener una devoción especial hacia sus dueños, un sentimiento de fidelidad que les lleva a permanecer junto a la puerta de un hospital por la que su amo desapareció una vez hace años, o sobre una tumba, cuidando y velando el descanso eterno de su dueño. Incluso se ha hablado de la supuesta precognición que parecen tener los perros, ese sentido que les posibilita intuir la inminente llegada de sus dueños. Lo que es una evidencia es que existe una increíble conexión entre los animales y los humanos.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)