Querido/a lector/a, tengo un amigo, Miguelín, que me ha provocado diciendo que no era capaz de criticar a la política, a los partidos y, sobre todo, a la izquierda. Y eso que sabe que yo milito en el PSOE. Exigencia, que me indica que a pesar de ser dinosaurios y miembro del tres a uno, no lee mis artículos. O peor aún, solo lee los que en la época electoral uno cumple con el protocolo voluntario, consciente y hasta racional, de pedir el voto para los suyos que, en mí caso es el PSOE.

Pero eso no niega, que aún reconociendo con la Constitución que los partidos políticos son instrumentos de la democracia que expresan el pluralismo y configuran la voluntad popular, no solo he reclamado su democratización o la máxima participación de afiliados y ciudadanos, sino que incluso hoy, parafraseando en buena parte de este pequeño artículo a J. Ramoneda, repito que los partidos no están cumpliendo con algunas de sus funciones básicas. Pero no todo termina ahí: también he reivindicado la necesidad de mantener el horizonte emancipador de la política, porque es el único poder de los que no tienen poder ni pasta para asegurar un futuro que, por desgracia, la propia política, o mejor dicho los políticos, se comportan como uno de sus peores enemigos. Aunque no quiero esconder que el poder económico, el auténtico poder, intenta día a día robar sus objetivo y su autonomía. En todo caso, no hay peor fantasía que la de una sociedad sin política, sin partidos y con un Estado vigilante. A pesar de todo, y también de los defectos de la izquierda, que los tiene, los problemas que hoy sufre España reclaman las soluciones y la ética de esa izquierda. O sea, un gobierno del bien común.

*Analista político