El 8-M del año pasado, seis millones de personas secundaron la primera huelga feminista, cientos de miles de mujeres llenaron las calles en una movilización sin precedentes que tuvo mucho de catarsis. Un ejercicio de afirmación frente a un sistema patriarcal que lastra a las mujeres, de liberación colectiva por siglos de silencio y de una voluntad firme de transformación. La jornada marcó un punto de inflexión y el feminismo se puso de forma definitiva en la agenda política, social, económica, científica y cultural del país.

La huelga visibilizó la fuerza del feminismo. Sin duda, el movimiento más dinámico del siglo XXI, el que acoge múltiples luchas a favor de la justicia social y el que teje alianzas a escala internacional. Social y emocionalmente, la huelga del pasado 8-M fue un éxito rotundo, aunque sus logros concretos son bastante más difusos. Una inercia secular no se frena en un día ni los muchos intereses que coinciden en la discriminación de la mujer desaparecen sin plantar batalla. Es, precisamente, en la lógica de ese enfrentamiento que cabe inscribir el auge de la ultraderecha en numerosos países.

Vox es la exaltación y la bandera del heteropatriarcado. La negación de las lacras que discriminan, someten y violentan a las mujeres. Pero la realidad es tozuda y las razones para volver a la huelga se imponen. Aún más cuando el machismo se rearma y pretende utilizar las instituciones para emprender una cruzada que tiene más de pasado que de futuro.

Hay una infinidad de motivos para que un nuevo 8-M de reivindicación feminista. El primero, el más lacerante, son las mujeres asesinadas, agredidas, abusadas, acosadas y despreciadas por el hecho de ser mujeres. La violencia machista no solo ataca los cuerpos, sino que somete voluntades e inocula el miedo. Hay motivos por una justicia que aún no está libre de la mirada patriarcal y, demasiado a menudo, culpabiliza a la víctima. Hay motivos por una brecha salarial enquistada, por ese escaso 24% de mujeres que consiguen llegar a los consejos de administración de las empresas del Ibex, por las mujeres migrantes sobre las que recaen múltiples discriminaciones, por la invisibilidad en el ámbito de la ciencia, de la cultura... Hay motivos para un nuevo 8-M que plante cara a los que quieren construir su discurso del odio sobre el sufrimiento de las mujeres.