Otro curso pastoral ha tocado a su fin. Es hora de descansar, pero también de mirarlo y valorarlo desde el Señor. Recordemos aquella escena, cuando los Doce regresan de la primera misión (cf. Mc 6,30-34). A su vuelta, los apóstoles se reúnen con Jesús para contarle “todo lo que habían hecho y enseñado” y comentarle la experien­cia vivida. Esta escena nos recuerda que toda actividad apostólica ha de partir de Jesús y ha de volver continuamente a él.

Este curso pastoral ha sido el segundo año en la aplicación de nuestro plan diocesano pastoral, que está centrado en la parroquia. Hemos intentado trabajar para que nuestras iglesias sean comunidades evangelizadas y evangelizadoras, comunidades vivas desde el Señorm y misioneras, en especial hacia los más pobres y desfavorecidos. En una palabra, que sean comunidades de discípulos misioneros del Señor. Para ello, en este año hemos centrado nuestra tarea en el anuncio de la palabra de Dios, sobre la que se ha de edificar siempre todo bautizado y toda comunidad cristiana. Seguro que veremos muchas luces y algunas sombras. Pero no desfallezcamos.

La Providencia ha querido que este curso coincidiera con la celebración del Jubileo de la Misericordia y con la celebración del 50º Aniversario del Seminario Diocesano Mater Dei. El Jubileo de la Misericordia está siendo un verdadero año de gracia, que está renovando y revitalizando nuestra Iglesia diocesana. Las celebraciones del Jubileo por zonas o por grupos en la catedral o en otros lugares jubilares y, en especial, en las cárceles, han sido verdaderos momentos positivos, muy participadas, vivas y gozosas. Con la Virgen María proclamemos la grandeza del Señor por tantas gracias como en este curso pastoral hemos recibido. H

*Obispo de Segorbe-Castellón