En un taller cochambroso, varios hombres con camisetas de tirantes cosen a máquina mascarillas quirúrgicas, que van cayendo de la mesa y se amontonan en el suelo. Las recogen ahí, sentados con las piernas abiertas, unos niños, que las cortan en unidades y las doblan. La suciedad, por doquier. Al fondo, una pequeña bandera india casera.

Probablemente ustedes han visto el vídeo por las redes. Los datos aportados por Manos Unidas, así como las averiguaciones de varios medios de comunicación nacionales e internacionales sugieren que las imágenes pueden ser verdaderas.

Aunque al principio fueron utilizadas para denunciar la explotación infantil, ahora son los negacionistas y los defensores de las teorías de la conspiración los que las utilizan para desacreditar las mascarillas, argumentando la falta de higiene durante el proceso de fabricación en Asia.

Francamente, no es ahí dónde quisiera ir a parar, sino a la pobreza que envuelve la escena. ¿Cómo va a haber medidas higiénicas en países, donde de lo que se trata es de sobrevivir para huir de la miseria? ¿Con qué nivel de hipocresía nos sentimos cómodos?

España es el cuarto país de Europa en el ranking de la desigualdad. ¿Acaso esa pobreza que afecta (según Oxfam) al 22% de la población, explica en buena medida las pésimas cifras de covid-19 que acumulamos?

«El virus no entiende de territorios ni de personas». Los gobernantes que pronunciaban menuda sandez tienen ante sí la oportunidad de actuar con decisión ante los más vulnerables. Desde la alimentación a la vivienda, la educación o la salud física y psíquica.

Deberían hacerlo por equidad o al menos por inteligencia social. La pobreza expande la enfermedad. H

*Periodista y psicóloga