He sabido que al ministro de Universidades, Manuel Castells , le operaron la espalda la semana pasada, y pienso que tuvo que ser una hernia de cargar con tanta responsabilidad.

Tras una desaparición digna de David Copperfield , ha reaparecido desde su casa en conexión telemática y ha dicho en la conferencia de rectores de las universidades que la vuelta a clase, un poco, como cada cual vea. Que no hay que meterse en la libertad de los demás.

Castells es un gran académico, citado por expertos en todo el mundo. Una lumbrera digna del mayor respeto intelectual que demuestra que, para ser buen político, casi mejor ser un poco más tonto. Pero el Gobierno necesitaba figurones y se habían terminado los astronautas, así que crearon este ministerio.

El plan A de Castells para la reactivación del curso son generalidades. Le preguntaron los rectores si tenía un plan B y dijo: «Consiste en sobrevivir en las condiciones en que podamos». Una frase digna de figurar en el Apocalipsis , pero sobrevivir, ¿quiénes? ¿Se refería Castells a la marabunta de profesores asociados de los que se aprovechan todas las universidades españolas, esos que cobran 200 euros por tropecientas clases? ¿A él mismo? ¿Al Gobierno? Sobrevivir como podamos es una buena máxima estoica, pero de un ministro se espera algo más.

Las palabras de Castells han provocado, claro, más dudas que certezas. Preguntas relativas a la seguridad del campus, a la posibilidad de interrumpir las clases y, sobre todo, dudas ontológicas referidas a la utilidad de su ministerio.

Esta es quizá la incógnita mayor de todas. Sospechamos que esta institución se creó, auspiciado por la apremiante necesidad de repartir cargos en la coalición, en la misma mónada que el de Consumo, cuyo poder bolchevique consiguió interrumpir los anuncios de casas de apuestas mientras no hubo fútbol, y para de contar.

Si se lo permiten sus atribuciones, quizás Castells pueda convocar un concurso, y a ver si alguien acierta para qué sirve su ministerio. H

*Escritor y periodista