Al abrigo de las redes sociales, lleva tiempo ganando adeptos el denominado movimiento curvy, relacionado no tan solo con la aceptación de mujeres que usan tallas grandes sino con la reivindicación de un canon de belleza que no se base en imposibles estándares de delgadez. De raíz, pues, reivindicativa, a medida que la popularidad del fenómeno curvy en las redes crecía ha llamado la atención de la industria de la moda y de la publicidad, unos sectores muy sensibles a todo aquello que moviliza followers en la red.

Así, hemos visto como una talla 46 se alzaba como Miss Italia, desfiles de moda curvy y firmas que han lanzado colecciones de moda. Es dudoso que el hecho de que una parte de la industria haya abrazado lo curvy obedezca a algo más que a una operación de márketing. Es más probable que se trate de una apuesta pasajera de quienes creen haber encontrado una oportunidad de mercado y no de un verdadero cambio para vencer la dictadura de la talla 34 a la que millones de mujeres están sometidas a diario. El culto a la delgadez, la correlación entre las tallas pequeñas y un determinado canon de belleza ligado al éxito social, genera una enorme presión a muchas mujeres y afecta a sus vidas, desde la imposibilidad de encontrar ropa de su talla hasta los graves trastornos alimentarios. El movimiento curvy no trata de crear un nuevo canon de belleza de la llamada mujer real (como si la realidad pudiera reducirse a un canon), sino de aceptar la diversidad que no cabe en una 34. H