Los datos del último informe Científicas en cifras dado a conocer ayer revelan que el porcentaje de mujeres investigadoras en España ha aumentado en solo cinco décimas respecto a los resultados del 2013 hasta alcanzar el 39% del total del personal investigador en el sector público y privado. Asimismo, y con un leve avance en relación a periodos anteriores, llega ya al 50% el número de mujeres doctoradas, es decir aquellas que han completado su carrera universitaria con la labor investigadora que culmina con una tesis. Aun siendo unos datos superiores a la media europea, sigue siendo evidente la diferencia entre sexos en el entorno universitario. Mientras la igualdad se mantiene en los escalones bajos del profesorado investigador (ayudantes, contratados, adjuntos y asociados), en los niveles de catedráticos, eméritos y titulares, la proporción es tremendamente desigual. Según el informe Científicas en Cifras, solo el 21% de los catedráticos de universidad (el 25% en los Organismos Públicos de Investigación) son mujeres. De aquí se deriva una cifra todavía más contundente: solo tres mujeres rigen hoy los destinos de las 50 universidades públicas del país. Los números en otros órganos de dirección --decanatos o dirección de institutos-- son similares.

Tanto en los estudios de grado como en los másteres, las mujeres son mayoría en el conjunto de las titulaciones, pero luego, al iniciarse la labor investigadora, se trunca la tendencia, aun a pesar de los programas activos de igualdad en casi todos los centros académicos y de la incorporación de la perspectiva de género en las políticas públicas de I+D+i. Alcanzar un determinado grado de excelencia en la investigación --y llegar a ocupar plazas dirigentes-- es un camino de largo recorrido que, hoy por hoy, todavía aparece como injustamente vedado a las mujeres. Para revertir las cifras, para que la ciencia tenga un decidido marchamo femenino, para lograr una equiparación --en la actualidad casi utópica-- conviene acelerar las políticas de equilibrio y promoción, con el objetivo de hacer añicos el llamado techo de cristal que hasta ahora ha impedido que las mujeres tengan altas responsabilidades en la dirección, gestión y ejecución de las políticas científicas. Y con la idea de que la universidad deje de ser el coto masculino que los informes reflejan en la actualidad.