El mundo al revés. Cuando exclamamos tantas veces esta expresión es que algo falla. De entrada, nuestra idea del mundo. Entran en crisis las claves para interpretarlo y seguir entendiendo cuanto sucede. Deberíamos asumir que no hay foto una fija y hemos entrado en una fase de cierta lógica mutante.

Que la primera potencia económica del mundo capitalista, supuestamente deudor del liberalismo económico, lidere las ansias proteccionistas resulta impensable. Que China represente, en contraposición, los postulados de una economía de mercado abierta, es otro de los hallazgos inesperados a estas alturas.

Una China convertida en el banquero del mundo y cuya estrategia de globalización le llevará, probablemente, a devenir en la primera potencia mundial en varias décadas. En su paciente planificación incluso sitúan y sincronizan ese momento en el centenario de su Revolución, allá por el 2049.

Nuestro sector citrícola castellonense acaba de cuantificar las pérdidas causadas por las decisiones del presidente Trump (principal alentador, además, del Brexit más severo). No son los únicos porque las repercusiones de romper unilateralmente las reglas del juego presentan un mayor alcance. La guerra comercial con China lo es con el mundo. Un mundo desnortado que no da con la tecla de la necesaria gobernanza económica que aporte cordura y progreso generalizado.

Las potencias tendrían que centrarse en afrontar los grandes retos de la humanidad sin regalar más tiempo al desencuentro. Tales como la lucha contra el cambio climático, concertando a escala global un gran Green Deal. Programar el final de la descarbonización de la economía y orquestar la gran reconversión verde de los sectores industriales.

La tragedia ecológica causa estragos en países cuya trayectoria industrial no es tan longeva como pudiera parecer. Al contrario, aquellos que en su acelerado desarrollo para escapar de la miseria crecieron económicamente, encabezan el ranking de las naciones más contaminadas.

El otro reto inexcusable son los Objetivos del Milenio. Al igual que los Derechos Humanos fueron calificados como los evangelios de todos los tiempos. Hoy ese nuevo Testamento deben ser los ODS. Los 17 objetivos para el desarrollo sostenible. En realidad se trata de un pacto con nuestros hijos. No encuentro mejor forma de definir este compromiso. El reto es que nuestros hijos puedan seguir pactando con los suyos. Suena extremo y dramático pero es que, desgraciadamente, es así. Terminal.

*Doctor en Filosofía