Cuenta el primer libro de Samuel que decía que un espíritu malo se apoderaba del rey Saúl y le infundía espanto. En tales ocasiones, «cuando el espíritu asaltaba a todos, tocaba David la cítara --instrumento básico en la música de las civilizaciones antiguas-- y el rey encontraba calma y bienestar y el espíritu malo se apartaba de él». Y es que la música ha servido siempre como vehículo de expresión de todas las experiencias humanas, para la paz y el sosiego, para dormir en calma como cuando suena una nana, también para la excitación dinámica ante una aventura que necesita arrojo y valentía.

Son argumentos que me llegan a través de El humo de los barcos, con su eco de voces y canciones que envuelven mis días vividos y mis noches soñadas.

La provincia se llena de música estos días con el también famoso Festival internacional de Música Antigua y Barroca, que se celebra en el patio del Castillo de Peñíscola, mientras lucen la música y las danzas populares en la campaña que colaboré a crear en Castellón titulada A l’estiu tot lo món viu, en varios escenarios y plazas de la ciudad. Y al decirlo por escrito me asalta la nostalgia por aquella fiesta municipal de cine en la playa del Pinar, que nos permitió gozar de Cinema Paradiso --¡cómo me embrujó su música!--, Cyrano y Aquí un amigo, de Billy Wilder. Y al final de cada sesión, oíamos ese viento sagrado del ser que rizaba aquellos días nuestro mar, como la tradición dice que rezaba el mar de la isla griega de Patmos.

Tal vez por todo eso, cuando ya avanzada la noche yo volvía hasta mi terraza de la Almadraba, me bebía una Coca Cola siguiendo la liturgia, como la tienen los mejores vinos. El vaso, suficientemente bajo, un poco de hielo, la rodaja del fresco limón y las burbujas salpicando mis gafas. Respeto a los que solamente beben brut nature y admiro a los que saben elegir un buen vino para los especiales, pero aquella noche la música del amor de Cinema Paradiso me hizo elegir algo joven o sea La chispa de la vida, ¡Hummm….!

Son recuerdos que saltan inesperadamente a la página del periódico. Todo esto me ayuda a recordar otros nombres y otros hechos. Fíjate. Saltando atrás en el tiempo, y no sé bien explicar el porqué, me llegan recuerdos de ese legendario poeta castellonero que siempre afirmaba que una oroneta no fa estiu, pero que a l’estiu tot lo món viu. Nada menos que Bernat Artola.

VIVIR DIEZ VECES DIEZ. Cambiando de día y de tema, he de afirmar que son cuatro las cualidades reconocidas por el tacto: frío, calor, sequedad y humedad. En esta meditación me encuentro de buena mañana cuando, por arte de birlibirloque, mientras intento plantar mis torres de arena sobre la playa, aparece el matrimonio de Ana y Antonio Agea, mis proveedores todo el año de cintas, faxes y fotocopias y que son unos consumados especialistas en el arte de la tapa, el tapeo. Claro, y los tres hablamos con entusiasmo, como hablan o escriben otros del comer y beber en el Castellón medieval, todo un acontecimiento. Yo les recuerdo lo que el maestro barbero le decía a Rob J. en El médico, de Noah Gordon, cuyas obras noveladas vuelven a entretenerme este verano. Este decir: «levantarse a las seis, comer a las diez, cenar a las cinco, a la cama a las diez, hace que el ser humano, hombre y mujer, viva diez veces diez».

Me dice Antonio que la costumbre de tapear se la debemos al rey Alfonso X el Sabio, quien impuso el hábito en los mesones castellanos. Al parecer, el monarca ordenó que en su reino no se sirviera vino si no era acompañado de algo de comida para evitar así que el alcohol se subiera a la cabeza. Una lonja de jamón, algunas rodajas de chorizo u otro embutido o porción de queso, cumplían el cometido. Se servía encima de la jarra de vino tapando el recipiente para impedir la entrada de insectos, polvo o arena de la playa y de ahí el origen de la palabra tapa. Así empezó la historia y así lo define la Real Academia de la Lengua: «cualquier porción de alimento sólido capaz de acompañar una bebida».

Mis visitantes, me hablan también de su disfrute en Andalucía con sus tapas típicas, el flamenquín, con rollo de carne relleno de jamón, rebozado y frito; los capotes, que son montaditos de melva o bonito, con pimientos morrones, o los soldaditos de pavía, merluza o bacalao rebozados con harina y fritos, así como los pinchos de aceituna y boquerón, tan deliciosos. Pero, atención, sin olvidar el pescaíto frito…

Y sin darnos cuenta, desde la Almadraba, mirando al fondo, hacemos un recorrido por las tapas de todos los rincones de España, bonito escabechado, carcamusas, duelos y quebrantos, zarajos, tiberios, patatas meneás, ancas de rana, cojonudos de la Rioja con huevos de codorniz a la plancha, brochetas de sepia, morrico de cerdo, cañaillas, callos a la madrileña, setas con ajetes, pimientos de piquillo, mejillones, gambas, langostinos o nuestras insuperables sardinas de Castellón a la plancha, que tan deliciosas y tan nutritivas que igual se pueden acompañar de vino que de cerveza. Bueno, lo mismo que nuestra torraeta.

Pero aparte de su aspecto nutricional, el tapeo, el arte de tapear en sí mismo es un acto lúdico, festivo, sobre todo si se hace en buena compañía. Así que, si hay moderación, se puede vivir con ello diez veces diez.