El tiempo pasa y la indefensión del citricultor va a mas. Ni Govern del Botànic ni Gobierno de izquierdas. El mismo olvido e idéntica pasividad ante las agresiones que recibe la agricultura mediterránea que exhibieron los anteriores gestores en Valencia y Madrid.

La invasión de naranja sudafricana en Europa es solo el último ejemplo de la inacción de nuestros gobernantes ante un problema que está apuntillando una campaña citrícola ya de por sí complicada por la climatología y, sobre todo, por intereses de agentes económicos dominantes en la comercialización.

Los países de la UE han incrementado un 10% las importaciones de fruta africana cultivada a bajo coste y con un laxo control fitosanitario sin que España haya movido un solo dedo. ¡Qué más da! ¿A quién le importa qué le sucede al productor de Nules o de Burriana? O que más de la mitad de la clementina de Almassora o Vila-real se quede en el árbol. A Bruselas no llega una sola queja procedente de esta tierra. Los políticos están inmersos en otras movidas más mediáticas que les proporcionan un titular diario.

Ramón Llin, Juan Cotino, Gema Amor, Mercedes Hernández, José Císcar, Elena Cebrián (consellers), Elena Espinosa, Rosa Aguilar, Arias Cañete, García Tejerina y Luis Planas (ministros) han ocupado sillones de responsabilidad sin haber adoptado medidas reales para revertir el deterioro progresivo del sector citrícola. Poco a poco, el campo castellonense se muere por falta de rentabilidad para quien se dedica, día a día, a producir la mejor naranja de mundo. Esta sí debería ser una bandera a defender. Este sí es nuestro Brexit.

La historia pondrá a cada uno en su lugar, pero posiblemente ya resultará tarde para reaccionar. No es la primera ve que lo digo y, mucho me temo, tampoco será la última: el campo valenciano, tal y como lo conocemos, desaparecerá antes de que concluya este siglo y serán nuestros nietos quienes tratarán de recuperarlo reprochándonos haber permitido que se pierda este patrimonio económico y medioambiental tan emblemático.