Quién de nosotros no tiene o conoce a alguien con algún huerto de naranjas que ha pasado de padres a hijos y de hijos a nietos? Es casi como una tradición contar con hanegadas que nos han dejado en herencia nuestros padres o abuelos. Unas hanegadas que están muriendo o, mejor dicho, las están matando.

Lo que era un medio de vida, ahora es un medio de supervivencia o, en algunos casos, incluso una carga. Muchos han optado por abandonar unas tierras por las que perdían dinero. Demasiados gastos para tan poco beneficio. Demasiado sacrificio para tan poca recompensa, o ninguna.

La Comunitat Valenciana es un desierto lleno de huertos abandonados por la dejadez de las administraciones. Pocos son los jóvenes que se animan a hacer de esto una profesión y si lo hacen es como última alternativa ante la crisis económica.

El sector citrícola lleva décadas en descomposición. Con el auge del azulejo y la industria, el campo fue pasando a un segundo plano hasta caer en el olvido. Un olvido que ha despertado ahora gracias a la fuerza y al coraje de sus protagonistas: agricultores, regadores o trabajadoras de los almacenes que han dicho basta ante la gota que, para ellos, ha colmado el vaso y su paciencia. Los tratados firmados por la Unión Europea con países terceros como Sudáfrica o Mercosur en el que de nuevo la naranja ha sido utilizadas como moneda de cambio sin pensar en las graves consecuencias las familias.

Con el arranque de la nueva temporada, las previsiones no son muy halagüeñas y eso que la última es prácticamente imposible de superar. Las pérdidas fueron millonarias, de récord, pero ésta desgraciadamente no ha podido empezar peor. A los acuerdos que condenan a las variedades tempranas y que permiten la propagación de plagas por la falta de tratamientos fitosanitarios equiparables a los nuestros, poniendo en la boca de los consumidores productos cargados de veneno, hay que sumarle ahora el tasazo de Trump. Un 25% de impuesto a nuestros cítricos que obligará a buscar nuevo destino a ni más ni menos que 9.100 toneladas. Otro contratiempo más que dificulta la salvación del sector y que sobrevive gracias al esfuerzo e ilusión de sus agricultores.

No obstante, no nos podemos dejar engañar. Esta crisis no es flor de un día. Si bien es cierto, que los últimos tratados o los aranceles la han puesto en el ojo del huracán y en la agenda pública, estamos ante un problema que viene de demasiado lejos. El sector citrícola vive una crisis profunda y estructural que necesita de una reconversión amplia, transversal y coordinada para que volvamos a tener un sector fuerte y competitivo. Un sector que, al fin y al cabo, forma parte de nuestro ADN.

Por ello, desde la Diputación hemos presentado una propuesta que abarca diversas cuestiones. El establecimiento, de la mano del sector, de unas condiciones para minimizar las consecuencias de los acuerdos con terceros países, la petición al Consell de que pague las ayudas de minimis, el refuerzo para prevenir los robos en el campo y finalmente, la ampliación de la dotación provincial para la adecuación de los caminos rurales. Y es que todo lo que hagamos es poco para salvar un sector en ruinas.

*Portavoz de Ciudadanos en la Diputación y concejala del Ayuntamiento de Benicàssim