Los negacionistas dan risa y los afirmacionistas dan miedo. Al igual que ocurre con los liberales estrangulados en política, los racionalistas se ven aplastados entre quienes piensan que las mascarillas las carga el diablo, Bill Gates y todos aquellos que exigen salir a la calle con escafandra.

El miedo se ha convertido en el sentimiento más aceptable frente a la pandemia de coronavirus, pero hay que orientarlo en la dirección adecuada. Dado que la discusión es científica en apariencia, conviene recordar que la ciencia no se basa en la fe religiosa, sino en la duda cartesiana.

Es criminal negar los asesinatos en las cámaras de gas del campo nazi de Buchenwald, salvo que en Buchenwald no había cámaras de gas.

Los negacionistas entorpecen con sus supersticiones el planteamiento de las preguntas oportunas, los afirmacionistas no admiten el mínimo interrogante. La confusión entre los doctrinarios de ambas confesiones se produce en la reapertura de las escuelas. Por principio, los avalistas de las restricciones incuestionables deberían oponerse radicalmente al acceso masivo a las aulas.

La vacuna por materializar es el Santo Vial de los afirmacionistas, y un veneno inmundo para los negacionistas. Los racionalistas deberían recordarles a ambos que el medicamento inmunizador no existe, ni 40 años después se dispone de vacunación contra el sida. Por desgracia, los practicantes de la razón han migrado desesperados hacia la indiferencia.

Si quienes predican la invulnerabilidad de la escuela son los mismos que garantizaban un turismo seguro antes de que Boris Johnson y Angela Merkel expulsaran a España del paraíso, hay que echarse a temblar.

Tal vez tanto los negacionistas como los afirmacionistas puedan compartir al menos esta agitación trémula. H

*Periodista