El estreno el pasado 28 de octubre de la película 7 años en internet puede ser un punto de inflexión en el panorama cinematográfico español. O por lo menos de recomendable reflexión. El filme de Roger Gual ha sido impulsado por Netflix y es el primer producto español que la gigantesca plataforma de distribución de contenidos on line lanza al cumplirse un año de su desembarco entre nosostros. Para los cineastas, noveles o consolidados, la oferta de Netflix es de aquellas que son difíciles de rechazar: su película se verá potencialmente en 190 países con una audiencia posible de 81 millones de personas. Una propuesta irresistible para cualquiera.

El estreno de 7 años, y los que le seguirán en el mismo formato, amenaza las tradicionales reglas del sector. Entra en liza un potente actor que, si antes solo compraba derechos de series, ahora se lanza a producir trabajos de calidad con el anzuelo de su masiva audiencia.

Los formidables avances tecnológicos han transformado hábitos clásicos de consumo de cultura, y entre ellos el de ver cine. Todavía, sin embargo, preferimos ver una buena película en la íntima oscuridad de una sala de pantalla grande y con un excelente sonido. Pero el fenómeno on line llega para quedarse con unas empresas ávidas de fidelizar cada vez a más clientes.

Ahora es necesario regular su irrupción en el panorama audiovisual y que cumplan con las normas a las que están obligadas las cadenas privadas españolas y europeas. Especialmente las normas que tienen relación con la transparencia. Lo contrario sería jugar de forma desleal.