Tras varios días de silencio, Neymar comunicó al Barça su intención de abandonar el club para recalar en el Paris Sant Germain (PSG), la entidad que gracias al cheque sin fondo de los petrodólares es capaz de pagar los 222 millones de euros en los que está cifrada su cláusula de rescisión. Terminan así los cuatro años de Neymar en el Barça, en los que ha dejado la impronta de ser uno de mejores del mundo, inigualable en el regate, pero aún a la sombra del indiscutible Messi. Tal vez este es el motivo deportivo por el cual ha decidido dar el salto al PSG: ser la única estrella de un buen equipo que aspira a dar el salto de calidad que aún le falta pese a todos los millones invertidos por su millonario jeque. Pero las causas deportivas del traspaso quedan eclipsadas por las cifras mareantes que implica y las formas mercantiles e irrespetuosas con el club, sus compañeros y los aficionados con las que han actuado Neymar y su padre. La guinda son esos 26 millones que su progenitor pretende cobrar por la renovación de su hijo después de que haya decidido romper ese mismo contrato. Para el Barça, la salida de Neymar es un golpe pero no debería ser un trauma. Para la directiva es una prueba de fuego. La junta que ahora dirige Josep Maria Bartomeu es heredera de la que fichó a Neymar en una operación judicializada y en la que el Barça admitió haber cometido irregularidades. En estos días de culebrón, la falta de información y la pésima comunicación han hecho que se diera la impresión de que la directiva iba a remolque de lo que los Neymar decidieran. Ahora, tras haber sufrido la bomba del mercado, el equipo directivo del Barça tiene en sus manos una cantidad muy importante de dinero para renovar el equipo. Toca tomar decisiones deportivas trascendentes.