Mi nieta Adriana es preciosa. Tiene seis seductores años y una sandunguegría que roba los corazones y no es pasión de abuelo (o tal vez lo sea, no lo sé). Dentro de poco empezará a perder los dientes de leche y a sustituirlos por los que la acompañarán (ojalá que sí) toda su vida. Ese día le colocaremos, debajo de la almohada, la pieza perdida, con el propósito de que la sustituya por algún obsequio, el Ratoncito Pérez. Lo que tal vez no sea tan conocido es que este simpático personaje nació en el Palacio Real.

Cuando se le cayó el primer diente al rey Alfonso XIII, (que pasó de la cuna al trono) su madre, la reina María Cristina de Habsburgo encargó al padre Luis Coloma, autor de las entonces celebradas novelas Jeromín o Pequeñeces, que escribiera un cuento para el monarca sobre este sucedido. El jesuita echó mano de un texto francés del siglo XVIII de la baronesa d’Aulnoy, cuajando un relatillo sobre el rey Buby I (apodo con el que la regente llamaba al niño) a quien practicaron esta ya popular costumbre. Estaba medio adormilado el pequeño soberano, cuando le despertó un ruido y vio a un divertido ratón, con lentes de oro, sombrero de paja, zapatos de lienzo crudo y vestido con levitón quien, tras dejarle un preciado obsequio, le llevó a la entonces popular pastelería Prast, del número 8 de la calle Arenal. Allí le presentó a su familia que vivía en una caja de galletas Huntley, las preferidas del monarca. Seguidamente acompañó al ratón a llevarle un regalo a Gilito, un niño muy pobre que vivía en la calle de Jacometrezo. Buby I quedó muy sonrojado por la miseria de aquella casa. Al regresar al palacio, pensó en Gilito y en todos los niños pobres y resolvió que, a partir de ese momento, reinaría teniendo presente, siempre, a los más necesitados. Y colorín colorado...

*Cronista oficial de Castelló