Ir solo por la vida es genial, aunque a veces haya personas que se empeñen en hacerte creer que no lo es. La sociedad está organizada para parejas, familias y grupos. No para solitarios. Si vas a un hotel y pides una habitación individual, te alojarán en un zulo al lado del váter con vistas a la nada. Por lo que te toca pagar por dos. Si te compras un sofá individual, pagaras más que si te compras uno de cinco plazas. Es absurdo, pero es así. Yogures para cuatro, risotos para dos y ofertas 2x1 en los teatros. Hace años que reivindico el 1/2 por uno, que vendría a ser lo mismo, pero no cuaja la idea.

Lo mismo pasa en los restaurantes. Hoy me han echado de una mesa bonita y bien situada donde estaba escribiendo porque ha aparecido un familia de tres personas, que no solo no me han dado las gracias, sino que se han pasado toda la comida sin dirigirse la palabra. Practicaban el ningufoneo (en inglés, phubbing). Este nuevo término sirve para definir esa actitud que podría considerarse una enfermedad contagiosa, que consiste en el acto de menospreciar e ignorar a familiares y amigos para estar pendiente del móvil.

Lo más surrealista y curioso es que la mesa era para cuatro. La podríamos haber compartido, pero ni se les pasó por la cabeza. ¡Y encima me quitaron el enchufe donde tenía mi móvil cargando! Esta es otra enfermedad de la era posanalógica: la nanofobia. Pánico que sufrimos algunos a que se nos descargue el móvil y perder toda conexión con el mundo virtual. Yo lo sufro, pero no menosprecio a nadie. Hace años decidí que en las comidas y cenas con amigos pondría el teléfono en modo avión. En fin, aquí estoy recordando aquella famosa frase de Chavela Vargas: «No hay nadie que aguante la libertad ajena. A nadie le gusta vivir con una persona libre. Si eres libre, este es el precio que tienes que pagar: la soledad». Pues eso. Aquí estoy sola, escribiendo en una mesa ridícula, mientras la familia de tres sigue mirando su móvil. Que lástima.

*Periodista