Después de cinco duras semanas de confinamiento, y más allá de la tragedia, personal y colectiva, en número de fallecidos y contagiados, se atisba una relajación que no parece ni oportuna ni justificada. Parece demasiado pronto para que se empiecen a establecer fechas para un regreso a la actividad cotidiana, obviando intencionadamente la recomendación de que fuera de manera escalonada. En ese cruce de mensajes, que confunden el deseo con la realidad, se está utilizando de manera artera a los niños como ariete en busca de forzar esa salida del enclaustramiento masivo. Esa especie de cuña, primero sacando nuestros hijos a la calle para después abrir la puerta a forzar la normalidad absoluta, letal y peligrosa pero total, deviene una falta de moral que roza el insulto contra quienes se han aplicado en cumplir con las recomendaciones sanitarias.

Huelga decir la necesidad de valorar enormemente el sacrificio de las familias. Pero recurrir al modelo de Italia, para permitir a los niños salir acompañados por un adulto, se antoja tendencioso. De la misma manera habría que posponer la competición del fútbol y la apertura de discotecas hasta el 2021, como en el país transalpino proponen, y no parece que ese sea ni el proyecto del Gobierno español ni lo que les gustaría a los clubes de LaLiga a tenor de sus manifestaciones e iniciativas presentadas en los últimos días.

No parece de recibo que se abra este debate y se evite el de las consecuencias que subyacen del confinamiento infantil en forma de abandono escolar, cuyas cifras podrían superar las de la crisis económica del 2008. Pero en vez de favorecer que los niños cumplan un plan de estudios adecuado, con independencia de la fecha de regreso a las aulas, se está utilizando la evidente alegría del niño por verse en la calle como un arma arrojadiza. Nadie quiere retenerlos en casa innecesariamente, pero transformar el tema en argumento político resulta impropio de una sociedad que se presume civilizada.

Solo cuando atendamos las necesidades educativas y se dé solución a los problemas para que el curso no se cierre en balde será posible atacar otras derivaciones que, con ser importantes, no son trascendentales. Sería mejor asegurar primero la salud de esa generación que está llamada a ser la sociedad que gestione el mañana, ergo la que afronte con su experiencia y buen criterio futuras crisis similares, y para eso, unido a la garantía de que no existe amenaza alguna de contagio, cabe priorizar el cumplimiento del programa docente y que no sea un año en falso por falta de clases o de salud.

Una decisión como la de levantar temporalmente las restricciones para los niños debería llevarse a cabo bajo criterios igualmente restrictivos, confiando en la responsabilidad paterna y evaluando los riesgos evidentes de ese levantamiento temporal y controlado de la reclusión. El objetivo prioritario debe seguir siendo cortar la cadena de contagios de la pandemia. No se puede consentir que se arguya la necesidad psicológica, motriz o social de nuestros hijos frente a la aplastante obligación que debemos tener de preservar su salud. Pero, sobre todo, y cuando se derive a cada familia la decisión final, nunca puede permitirse que sirva como excusa para que el padre o la madre pueda salir de paseo.