Todo apunta a que el asesinato el pasado domingo de una niña de 2 años a manos de su padre en la localidad valenciana de Alzira es un nuevo y execrable caso de violencia machista. Sería el octavo menor asesinado este año a manos de su progenitor o de las parejas o exparejas de sus madres, lo que supondría la cifra más alta desde que está en marcha el registro de este tipo de víctimas infantiles. Fuentes cercanas a la citada pareja han dado por hecho que el crimen habría sido una forma de venganza del hombre con su mujer, a la que sus amistades habían recomendado en los últimos meses que rompiera la relación que mantenían.

Estamos de nuevo ante un triste fenómeno que viene repitiéndose cada vez con mayor frecuencia: el agresor castiga a la madre de la criatura allí donde más dolor puede infligirle, arrebatándole la vida al pequeño. Los hijos se convierten así en las víctimas indefensas de traumáticas relaciones familiares que conllevan maltrato a la mujer y que puede desembocar en tragedia. Viven situaciones que, en los casos extremos, les cuesta la vida pero que muchas veces soportan en silencio viendo cómo su madre sufre la agresión periódica del maltratador que vive bajo su mismo techo. Las consecuencias psicológicas de ello pueden ser muy graves e incluso incitar, ya de adultos, a repetir los crueles hábitos del progenitor. Los protocolos contra la violencia machista deben poner, junto a la mujer maltratada, el foco de atención sobre los menores afectados. Son los más vulnerables.