Podemos y sus confluencias siguen en estado de shock. A la incredulidad inicial por el resultado electoral siguió una fase de mosqueo, llegando a culpabilizar y deslegitimar a toda la sociedad española por no haberles votado.

El mayor grado de ignominia lo han alcanzado con las acusaciones efectuadas a la gente mayor, a la que han acusado de cobardía por no rendirse a sus narcisistas atributos. Ellos por contra, los jóvenes podemitas están llamados a provocar los cambios que la sociedad española necesita y en cambio los mayores, no les dejan.

De Churchill siempre se recuerda el sangre, sudor y lágrimas, cuando en realidad lo que el primer ministro ofreció a sus conciudadanos fue esfuerzo, sangre, sudor y lágrimas.

Esfuerzo. Es la única palabra que no aparece en el discurso de Podemos & Cia. Parte de la efebocracia que anida en los partidos nuevos se queja de haber perdido el paraíso, cuando el paraíso era lo que tenían al nacer sin haber trabajado para merecerlo. Muchos de éstos autoproclamados como generación perdida se comportan como si fueran los hijos desterrados de la Marquesa del Potet. Desconocen que sus abuelos levantaron este país después de una guerra civil con esfuerzo, sangre, sudor y lágrimas. Sus padres mamaron esa cultura del esfuerzo, y todo lo que consiguieron fue con trabajo y fuerza de voluntad.

Nadie les ha explicado a estos legos que si han vivido unos años donde tenían de todo, y todo les había costado nada, había sido por el trabajo, la dedicación y la generosidad de sus padres y madres, de sus abuelos y abuelas, que de jóvenes cuidaron ovejas, trabajaron en fábricas, penaron en campos de refugiados después de la guerra, o sufrieron prisión militar, o trabajaron en el campo de sol a sol, para poder dar un futuro y un proyecto de vida a sus hijos y nietos.

Los jóvenes se han de rebelar, sí. Pero no en un ejercicio de voluntarismo nihilista construido sobre soflamas, eslóganes y argumentos pseudomorales; no en base a los instintos más bajos, al resentimiento y a la envidia; no a base de negativismo y agitación activista sin provecho, sin proyecto que ofrecer, y que en el fondo es profundamente reaccionaria.

Se han de rebelar para hacer una sociedad mejor, más libre, justa y próspera, más democrática, tolerante y respetuosa; en definitiva, más decente. Pero la decencia no se hereda. Se construye día a día, desde los valores más sólidos que hemos heredado de nuestros mayores, que nunca fueron una generación perdida, sino que se encontró trabajando conjuntamente para construir un país donde vivir decentemente. H

*Vicepresidente de la Diputación de Castellón