Gira el mundo, gira en el espacio infinito. No solo es una bella canción italiana icónica y eterna sino una certeza matemática. Precisamente esta expresión: «certeza matemática» se le atribuye al ingeniero jefe que diseñó el Titanic.

La pronunció como respuesta, en el guión de Cameron, a la pregunta acerca del hundimiento inminente del transatlántico. La misma certeza que planea sobre el futuro del planeta sino abordamos con responsabilidad el desafío del cambio climático. La certeza de que no habrá botes salvavidas para todos. La certeza de que un exceso de confianza no augura nada bueno.

Ya no es un problema del futuro, rectifiquemos esta transmisión en diferido de los efectos. Es un problema del presente. Ya no debemos asumir el reto por solidaridad con hijos y nietos. Es una urgencia para la seguridad y la salud de esta generación. Causas y efectos se entrelazan y cristalizan en las mismas coordenadas de espacio y tiempo. Hemos batido un récord de velocidad en la combustión de todas las reservas naturales. Un récord en la alteración de las leyes naturales que condicionan la continuidad de especies, clima, estaciones, etc.

En los últimos tiempos se oye con cierta insistencia otra de esas certezas que convendría gravarnos a fuego en la frente: no tenemos un planeta b. No hay alternativa. Certeza que venía implícita desde que en 1992 se celebrara la Cumbre de Río. Después vino Kioto, París, etc…idas y venidas para no terminar nunca de enderezar el rumbo de ese gran navío llamado humanidad.

Sería muy triste que no lo lográsemos como especie cuya hegemonía y supuesta inteligencia rige el destino de la globalidad de este planeta azul, nuestra Tierra. Nuestra única casa.

Umberto Eco dijo hace algunos años que la única esperanza eran las nuevas generaciones. Que las actuales --no sé calibrar muy bien cómo funciona esta métrica y dónde toca separar lo nuevo de lo viejo-- estarían perdidas. Seríamos como insolventes para asumir como prioridad la ecología. Sería muy triste que la reacción viniese de la mano de las máquinas, de nuestra evolución hacia espacios de decisión vinculados a la inteligencia artificial.

Algunos expertos señalan el advenimiento de un tiempo marcado por la llamada transhumanidad. La cuarta revolución industrial o segunda edad de la máquina. Caracterizada, entre otras cosas, por la fusión creativa de lo biológico, lo material y lo digital. Quizá entonces la evolución tecnológica acelere las respuestas y los cambios de orientación que salven el planeta. No sé si esto es una derivada de la esperanza o ciencia ficción. Lo demás, ahora y aquí, no convida al optimismo. Estados Unidos, como primera potencia del mundo, no para de avanzar en su desconexión de los compromisos que podrían enderezarnos como mundo. Solo nos queda la protesta adolescente de cada viernes o aguardar fracasados como especie las leyes de híbridos semihumanos-semirobots.

*Doctor en Filosofía