En estos días de angustia y de sobrecogimiento, me acuerdo especialmente de nuestros mayores. En mi caso, de mis abuelos ya fallecidos y también de mi padre, Daniel.

Este colectivo está siendo uno de los más castigados por la epidemia debido, entre otras cosas, a la pésima gestión, pero es que al covid-19 se suma otro virus invisible, el de la soledad. Muchos tienen que pasar este tránsito en sus casas y otros tantos en residencias sin poder recibir la visita de familiares y allegados.

La realidad, la cruda y triste realidad, es que estamos dejando morir a una generación a la que debemos todo lo que somos y lo que es España, un Estado libre y democrático. Una generación que se ha partido el lomo para que sus hijos y sus nietos pudieran tener un futuro mejor del que a ellos les tocó vivir.

Héroes que han sido sostén económico en tiempos de zozobra y que, a día de hoy, siguen siendo pieza fundamental en la crianza y cuidado de los nietos con los que pasan buena parte del tiempo libre.

Y es que detrás de cada número hay una persona. Un padre, un abuelo, un hermano o un amigo con su historia. Quizás, después de esta tragedia, todos seamos mucho más empáticos con nuestros mayores. Quizás, nos demos cuenta de que gracias a ellos estamos aquí y se merecen una vida mejor.

Por ello, gracias a quienes estáis haciendo más llevadera y fácil su vida o sus últimos instantes. Gracias al personal de residencias y sanitarios; gracias a los vecinos y voluntarios que les hacéis la compra o les traéis medicamentos, gracias a las familias, pero sobre todo gracias a ellos. Y gracias a ti, papá, por dejarme ser quien soy.

*Portavoz provincial y diputada autonómica de Ciudadanos