En varias ocasiones en sus intervenciones de ayer para valorar el resultado de las elecciones del 21-D, Mariano Rajoy, Carles Puigdemont y Marta Rovira hablaron de diálogo y de negociar. El presidente del Gobierno incluso fue un poco más allá, y dijo que toda cita electoral implica el nacimiento de una nueva «etapa». Como suele ser habitual, la palabra diálogo no significa lo mismo según quién la pronuncie. Para Rajoy, se trata de negociar dentro del marco de la ley; para Puigdemont, una negociación bilateral entre iguales; para Rovira supone, entre otras cosas, que el Gobierno se salte la separación de poderes y decida poner en libertad a Oriol Junqueras y al resto de presos preventivos, por encima de los jueces. Y, sin embargo, diálogo y política, mucha política, es justo lo que el resultado electoral del pasado jueves demanda y lo que la situación necesita. Cataluña está partida en dos bloques, ninguno de los cuales es lo bastante fuerte como para imponerse ni lo suficientemente débil para ser derrotado.

Con los malos resultados del PP encima de la mesa, Rajoy afronta un arranque de año decisivo para su devenir político, con los Presupuestos pendientes de aprobación, Ciudadanos disparado en voto y simpatía y la crisis catalana sin atisbo de desbloqueo. Si su decisión a la hora de convocar elecciones para limitar en el tiempo la aplicación del 155 fue un acierto y descolocó al independentismo, las urnas le han devuelto la pelota. La inacción no es una opción.

En Bruselas, Puigdemont actúa y se siente como ganador moral. Su resultado sin duda es bueno (aunque no tanto como el de Inés Arrimadas), pero no sirve ni para olvidar las nefastas consecuencias (políticas, económicas y sociales) de la vía unilateral ni para dar carpetazo al proceso judicial en marcha, que ayer vio ampliada su lista de investigados. El independentismo también debe obrar con cautela tras el resultado del 21-D. El electorado independentista no ha pasado factura por los errores cometidos desde el 6 de septiembre porque estas han sido unas elecciones con una enorme carga emocional. Pero esos errores existen, y hacen inviable repetir hoja de ruta. Al independentismo cabe exigirle que reflexione profundamente y abra una nueva etapa en la que su proyecto no ponga en peligro ni la autonomía, ni la economía ni la cohesión social. Nadie debe gobernar contra la mitad de Cataluña, ni perjudicar al resto de España.