Donald Trump ha podido gobernar los dos primeros años de su mandato sin tener que enfrentarse a un Congreso con mayorías detentadas por la oposición demócrata. También había contado con unos congresistas republicanos que han acatado las atrabiliarias decisiones del presidente, incluso las que atentaban contra los principios del partido conservador. Pero esta balsa de aceite congresista se ha acabado. Con la apertura del nuevo Legislativo donde el Partido Demócrata goza de mayoría en la Cámara de Representantes, vuelve el sistema de controles y equilibrios que la Constitución estadounidense prevé para evitar el dominio absoluto de uno de los poderes del Estado.

Y no solo eso. La composición del nuevo Congreso rompe las habituales barreras partidistas. Es un Congreso más joven, con más mujeres y con electos de orígenes étnicos muy variados. La gran mayoría de los nuevos congresistas son demócratas, lo que revela la profunda renovación de un partido cuyos líderes veteranos viven en el sentimiento de derrota que acarreó la inesperada victoria de Trump. Aun gozando de mayoría no lo van a tener fácil. Han tomado posesión con la administración parcialmente cerrada por la negativa del presidente de dar su brazo a torcer en la cuestión de la inmigración y con el dosier de la trama rusa abierto. De cómo afronten esta cuestión dependerá la recuperación demócrata de la Casa Blanca dentro de dos años.