No existe otra cosa mejor que hacer en los próximos 10 años. Tal como suena. Conscientes de que el cupo de despropósitos ha rebosado y solo cabe un volantazo en el curso de la historia. Los llamados Objetivos del Milenio. La Agenda 2030. Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible constituyen los deberes que nos hemos dado, por supuesto, para salvar el planeta y a sus moradores en términos globales.

Cuando Francia aprobó en el siglo XVIII los Derechos del Hombre y del Ciudadano, precursores del los Derechos Humanos, se dijo que eran una especie de Evangelios de todos los tiempos. Ciertamente, los ODS significan algo parecido. Solo deberíamos añadir un pequeño detalle. Ya no se trata de una Buena Nueva, sino de un ultimátum. Esta vez es así.

No queda tiempo. Por primera vez en la historia conocida, la humanidad ha tomado conciencia de sus límites. Alguien dijo que la vida es como una cárcel con las puertas abiertas. El problema es que nos hemos esforzado demasiado en bloquear las salidas y ya no quedan excusas.

Los deberes están claros y las respuestas se han ido balizando para que nadie albergue dudas a cerca de lo que toca hacer y en el tiempo que toca hacerlo. La incorporación en las estrategias gubernamentales y civiles del propio concepto de transición, puede ser un buen síntoma. Transición ecológica, energética, etc. Descarbonización de la economía programando el final de la dependencia del petróleo. No son cuestiones menores, queda claro. Nos va la vida en ello.

La propia idea de transición entraña racionalidad y diseño de hoja de ruta. Descarta cambios súbitos para los que pudiéramos no estar preparados. Sobre todo en aquellos sectores cuya hegemonía ha sido y es tan grande como nociva. Pero ya no habrá más excusas ni prórrogas.

La suerte que corran los Objetivos del Milenio, tal vez el acuerdo más importante que se ha producido desde el final de la Segunda Guerra Mundial y la Carta Universal de los Derechos Humanos, marcará el grado de locura que verdaderamente hemos alcanzado o un punto de inflexión para la esperanza.

Insertar los ODS, su capilaridad, en todos los ámbitos de la actividad humana es el auténtico reto de esta década. La defensa del planeta y su viabilidad económica y social no puede quedar en manos de unos pocos visionarios ni apóstoles. Será una obra coral o no será. No depende de figuras como Bono (el de U2) o recientemente la adolescente (en edad que no en conciencia) Greta Thunberg.

Umberto Eco señaló hace años, en relación con el ecologismo, que fundaba la esperanza en la educación de las nuevas generaciones porque desconfiaba de la suya. Ahora tenemos que confiarlo todo a los que somos y a los que estamos. Todos somos necesarios en esta lucha. No queda otra. No queda tiempo.

*Secretario Autonómico de Turismo